6/3/09

Un mundo con fin

Un cuñado que presume de conocer mis gustos literarios me regaló esta Navidad 'Un mundo sin fin'. Cuando observó mi rictus al deshacer el paquete, se 'mediodisculpó' pretendiendo haberme oído hablar bien de 'Los pilares de la tierra'. A pesar de esta infamia, por aquello de mantener vivas las relaciones familiares me volví a dejar conducir por Ken Follet a través del Kingsbridge medieval.
(Antes de seguir leyendo, querido amigo, te advierto de que pienso destripar el final del libro; esto es por si, pese a todo, sigues mostrando interés en perder el tiempo con ese montón de hojas de papel, pensado para tintar otros miles de montones de hojas de papel... moneda)
El hombre tiene obsesión por tropezar dos veces con la misma piedra (yo pensaba que era el único animal capaz de hacerlo, hasta que descubrí lo fácil que es tomarle el pelo a mi perro) y yo, cómo no, lo hise ('hise': homenaje a Pepe Rubianes, que por fin descansa en paz harto de convivir con tanto imbécil). Esta humilde crítica literaria pretende, únicamente, ahorraros el sufrimiento por el que yo he pasado:
Amigas, amigos. Alejaos de Ken Follet. Y, sobre todo, de Merthin, de Caris, de Philemon, de Godwin... de los quince millones de personajes -uno arriba, uno abajo- que rellenan las miles de páginas del tocho. ¿Alguien recuerda a un protagonista más desafortunado (“Ay, mísero de mí. Ay, infelice”), a un personaje a quien le ocurran más desgracias, a un ser con más paciencia y con más mala suerte, que los 'buenos' de 'Los pilares de la tierra' y sus bisnietos de 'Un mundo sin fin'? Y los malos ¿quién es capaz de darme el nombre de un individuo más depravado y con más mala leche que los que el Follet se inventa para putear al personal?
Supongo que este creador de best-seller estará dispuesto a continuar la saga (a ver quién apaga una máquina de hacer dinero), pero, por lo que a mí respecta, a ese mundo le llegó el fin: la peste terminó con los pocos siervos que Ken Follet dejó vivos, el derrumbe del puente ahogó a todos los mercaderes de Shiring y el conde malvado asesinó a todos sus bastardos y a todas las mujeres a las que ultrajó; los monjes perversos ardieron en las hogueras, y el mal gobierno de los nobles causó la pérdida de todas las catedrales, las torres, las posadas y los hospitales de Inglaterra.
Y que, a quien vea a mi cuñado con un libro para mí y no me lo advierta, se le seque la yerbabuena.

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