30/9/11

Sandokán somos todos

Llevo ciento treinta y un días buscando, sin éxito, a alguno de los veinticuatro mil ochocientos cinco cordobeses (o cordobesas) que votaron a Rafael Gómez. De ellos, sólo han confesado su fechoría los miembros de su candidatura (quizás no todos) y los familiares (sólo los muy cercanos); del resto, nunca se supo. Y no tendría que ser tan difícil tropezar con ellos, porque las estadísticas les delatan: de cada seis papeletas recontadas, una llevaba impresa la cara del Sosio, y uno de cada diez lectores de este post votó a Unión Cordobesa.
Por lo tanto, sólo cabe una explicación para resolver este enigma: a Sandokán no le votó nadie porque le votamos todos.
Rafael Gómez es, por definición, el 'cordobés-tipo'. Casi siempre en hipérbole, pero 'cordobés-tipo': platero clandestino, parcelista y perolero; fuengiroleño estacional, socio del Córdoba y hermano cofrade; impositor de Cajasur, peñista y amigo de las Ermitas; fullero, flamenco, cordobita, ateneísta y taurino, y más asiduo de bodegas El Gallo que de la librería Luque.
Nos molesta Sandokán porque nos descubre, nos revela cómo somos o cómo vamos a ser, y nos muestra hacia dónde nos conduce esta sociedad cordobesa, provinciana, pacata e inmovilista, desagradecida y agradaora a partes iguales, que con la misma facilidad cubre de elogios al poderoso que abuchea al inconformista.
Nos molesta Sandokán porque es un desahogao que ha reunido una fortuna haciendo lo que otros muchos pensaron pero no se atrevieron. Que ni se disculpa ni se arrepiente de haber jugado con las cartas marcadas, inventando las reglas y untando al crupier.
Córdoba ha tenido muchas oportunidades de librarse de una imagen de la que -dice que- se avergüenza. Mil veces ha podido apear del pedestal a los custodios con rasgos malayos, pero no lo ha hecho (y presiento que nunca lo hará) porque prefiere resolver sus conflictos a clavelazos, camuflar a sus parados con camisetas azul-capitalidad y aprovechar los acordes del reloj de las Tendillas para silenciar los debates.
Ya está. Ya he encontrado a los veinticuatro mil ochocientos cinco cordobeses (o cordobesas) que votaron a Rafael Gómez. Y no fueron más porque nos pilló en mayo.

25/9/11

¡Ah!, pero ¿había barra libre?

Cuando el teniente de alcalde de Hacienda anunció, hace algunos días, el final de la época del gratis total (como el camarero que solemnemente informa de que se acabó la barra libre y de que quien quiera seguir bebiendo tendrá que pasar por caja), a mí se me quedó cara de tonto-de-cotillón. "-¡Ah!, pero ¿había barra libre? Y yo toda la noche pagando..."
El gratis total murió con Alfonso XI -si no mucho antes- y sus alcabalas. Desde entonces -si no mucho antes-, cada vez que un gobernante nos regala un nuevo puente, un concierto de guitarras, un autobús híbrido, un cheque-libro o un comedor social, carga la factura a nuestra cuenta corriente, por mucho que repita frases del tipo "-El dinero lo pongo yo" y chorradas de esas.
Aunque a nadie le gusta rascarse el bolsillo -pocos sustantivos son tan calificativos: 'impuestos'-, todos tenemos asumido que las carreteras no nacen por generación espontánea y que, si no aportamos nuestra parte, dejará de haber "escuelas gratis, medicinas y hospital", como reivindicaba la murga de Carlos Cano. Lo único que podemos debatir son los criterios por los que se paga.
En un ejercicio de reduccionismo extremo (nunca he pretendido dar una lección magistral), sólo hay dos tipos de tributos: los que gravan nuestras propiedades y los que gravan nuestras actividades [en el primer grupo, se encuentran -por ejemplo- el impuesto de la renta, la contribución y el de vehículos-; en el otro paquete: el IVA, el impuesto de la construcción, el del tabaco y la mayor parte de las tasas y precios públicos que recaudan los ayuntamientos]. Evidentemente, quienes disponen de un vasto patrimonio prefieren que se reduzcan los impuestos y se eleven las tasas (que todo parroquiano abona por igual, sean cuantos sean los ceros de su nómina), mientras que quienes andan pasando fatiguitas reclaman una subida del IRPF (que apenas les pasa rozando) y una rebaja del impuesto de hidrocarburos (que no veas a cómo se ha puesto llenar el depósito de gasoil).
La única decisión del político es elegir entre la A y la B. Nada más. Me apunto -¿cómo no?- a lo de la mejora de la gestión, a lo de la eficacia recaudatoria, a lo de la optimización de recursos, a lo de la racionalización del gasto... pero eso es independiente: ¿la A o la B? Que estudien las consecuencias de cada modelo fiscal (cómo afecta a las inversiones, a la creación de empleo, al consumo, al estímulo... y todas esas cosas por las que nos sacan la pasta los analistas) y que decidan qué porcentaje de los ingresos corresponderá a los impuestos y qué otro a las tasas.
Y, si es posible, que nos informen con antelación, para que los ciudadanos podamos refrendar en las urnas la opción escogida. No sea que después le dé a alguno por aprobar un impuesto por casarse o por tirarse por un tobogán, y nos pille desprevenidos.
Ah, y lo único que era, es y seguirá siendo gratis total es el teléfono móvil, la entrada al Gran Teatro y el gasoil del coche oficial de los veintinueve concejales. Seguro que alguno se llevó un buen susto cuando leyó lo de "-Se acabó el 'viva la fiesta'."

10/9/11

El G-7, o Los Siete Niños de Écija

Les llamaban Los Siete Niños de Écija. Se hacían pasar por patrióticos defensores ante las agresiones externas y aseguraban que se ocupaban de los más desfavorecidos, pero sólo eran bandoleros.
No existen testimonios sobre si Luis de Vargas lucía tez morena, pero sí está aceptado que era el líder de aquella partida. Tampoco quedan claros los orígenes de Tragabuches -¿vendría de Francia? ¿vendría de Hungría?-, aquel lugarteniente que se echó al monte después de castigar con la muerte una infidelidad de su mujer. Es conocida la indisciplina -cuasi británica- de Juan Palomo, así como la frialdad germánica y la inclemencia de Satanás. De Mala Facha se recuerda su obsesión por las mujeres; de José Candio, su habilidad para pasar desapercibido y, de El Cencerro, uno de los veteranos, que venía de las provincias orientales.
Se escondían en cuevas para planificar sus fechorías, y en las cuevas ocultaban sus botines. El engaño y la traición eran sus armas: se apostaban en las umbrías para abordar, por sorpresa y con cobardía, a quienes recorrían los caminos. No respetaban honras ni haciendas, y actuaban con alevosía y crueldad.
De cuando en cuando, entraban en poblado para repartir, a partes iguales, terror y limosnas con las que ganarse la fidelidad y el silencio de los débiles. Como fin de fiesta, acudían a la taberna y convidaban a los paisanos:
-Echa vino, montañés,
que lo paga Luis de Vargas.”
Así actúa el G-7. Los líderes de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Canadá y Japón se hacen pasar por patrióticos defensores ante las agresiones externas y aseguran que se ocupan de los más desfavorecidos.
Pero sólo son bandoleros.

4/9/11

¿A quiénes representan?

"Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado." (artículo 66.1 de la Constitución española)
La principal asignatura que le queda por aprobar a la democracia española (para que, de una vez por todas, dejemos de utilizar la expresión "democracia joven" como disculpa, y para que demos definitivamente por concluida la primera, segunda o tercera transiciones) es la de hacer comprender a nuestros representantes que una papeleta de voto y un cheque en blanco no son la misma cosa. Nuestra bisoñez democrática les lleva a olvidar que el escaño que calientan pertenece al pueblo y que ellos no tienen otro encargo que el de defender los intereses de quienes les mandataron para ello.
Cada vez que el presidente del Congreso les pide que voten, tienen tres opciones. La opción lógica es votar en el sentido en el que lo harían las personas a quienes representan.. Puesto que es complicado reunir a todos los votantes para preguntarles qué harían, la opción práctica es votar en los términos en que se firmó el contrato de representación (expresados en el programa electoral y en los mítines y promesas de campaña). Sin embargo, siempre eligen la opción C: observar el brazo que levanta el diputado encargado de ello y votar 'sí' cuando muestra un dedo, 'no' cuando alza tres, o abstenerse si levanta dos. Sea cual sea la pregunta, fuera cual debiera de ser la respuesta.
Por tanto, ¿a quiénes representan los representantes? Evidentemente, el sistema electoral se ha pervertido y ha puesto fin a la identificación y a la complicidad que alguna vez existieron entre los políticos y sus representados. Claro que alguna vez votan lo que se espera -faltaría más-, pero hay que atribuirlo a una coincidencia de intereses antes que al cumplimiento de un compromiso.
Lo ocurrido con la última reforma constitucional es el mejor ejemplo. No se trata ahora de determinar si endeudarse es de derechas o de izquierdas; ni si limitar el déficit estructural es el paso previo para recortar las pensiones o el atajo para elevar la presión fiscal. Lo que realmente preocupa es que cuando los diputados y las diputadas apretaron el botón, lo hicieron enseñando la espalda a quienes les designaron, negándoles la palabra, hurtándoles el debate y usurpando el derecho del pueblo a decidir.
Hoy, buena parte de la ciudadanía no tiene representantes. No son sólo los que se indignan y gritan ("-Que no nos representan!¡Que no!") sino otros muchos que asisten atónitos al distanciamiento con que la casta política se protege de su propio electorado. Cada vez hay más gente que ha renunciado a entender qué votan, por qué votan y -lo que es peor- por quién votan, y ese desinterés, esa desafección, esa indolencia -alimentados por sus principales beneficiarios- son el peor cáncer de la democracia representativa.
Dentro de unos meses, volverán a llamar a nuestras puertas para que volvamos a firmar un contrato de representación. Nos volverán a prometer que actuarán en nuestro nombre, que defenderán nuestros intereses y que serán nuestra voz. Nos volverán a proponer un pacto -presuntamente sagrado e inviolable- que no se cansan de burlar.
Después, al tiempo que justifican los resultados, expresarán su preocupación ante el aumento de la abstención, la irrupción de los antisistema y la proliferación de los grupos ultra. Mostrarán su extrañeza cuando surjan movimientos alternativos que defiendan conceptos arrinconados, como "asamblea abierta", "procesos participativos", "democracia directa", "devolución de resultados", "rendición de cuentas"... Repetirán aquello de que es "el menos malo de los sistemas", lo de que "ya existen instrumentos para intervenir en la vida pública", mientras intentan que los transgresores regresen al redil.
Mientras intentan averiguar -ya sea sólo por satisfacer su propia curiosidad- a quiénes representan.