28/4/09

Diez años con Rosa

Conocí a Rosa Aguilar a finales de 1986.
Por aquel entonces, era una joven y prometedora concejala del PCE que había accedido a un sillón capitular arrastrada por el tsunami con que Julio Anguita zarandeó (diecisiete concejales de veintisiete) aquel ayuntamiento recién democrático. Rosa quiso aprovechar su tren y aceptó una de esas áreas municipales desaboridas, Disciplina Urbanística, y gritar sin eco en la Diputación de las mayorías absolutas que aquella legislatura presidía José Miguel Salinas (y donde también debutaba un lampiño alcalde de Fuente Obejuna, de nombre José Mellado, con quien fue encontrándose y desencontrándose en los años sucesivos).
El tiempo ha nublado aquellas imágenes, pero aún me llega con suficiente nitidez el recuerdo de ciertas sensaciones, entre ellas la de que aquella política de izquierdas, que en Comisiones Obreras seguían conociendo como Quina, olía a papel protagonista (¡cuántos actores de reparto, de los de aquellos primeros tiempos de la democracia, se han ido quedando fuera de los rodajes...!).
Anguita -precursor de los alcaldes dimisionarios- premió el trabajo de la ya rebautizada Rosa Aguilar y la enganchó a su rebufo, lo que la llevó primero hasta San Hermenegildo y después hasta San Jerónimo. Mientras trabajó en los parlamentos de Sevilla y de Madrid, se hizo más difícil verla por Córdoba, hasta que la nueva Izquierda Unida la situó al frente de la dirección provincial, y la obligó a pasarse por casa una o dos veces por semana. Sus comparecencias en la sede de Ambrosio de Morales se fueron espaciando al mismo tiempo que se convertía en una de las habituales de la tribuna de oradores de las Cortes. Cada vez era más frecuente verla por la tele que en persona.
Y así hasta 1999. Herminio Trigo había encallado en los juzgados el buque insignia de Izquierda Unida, y Rosa Aguilar regresó a Córdoba para recuperar la alcaldía. Por primera vez se arrojaba al vacío sin el paracaídas de Anguita, colocando su nombre el primero de una papeleta electoral que no recogió todos los aplausos que esperaba, ni en su elaboración, ni en su presentación, ni en el escrutinio. Pese a ello, entró por la puerta de Capitulares dispuesta a hacer suya la sexta legislatura, sin atender a que en la Junta de Portavoces se sentaban el último alcalde (Rafael Merino), el anterior presidente de la Diputación (José Mellado) y el único sostén de IU durante la travesía del desierto (Andrés Ocaña). Había vuelto para ser alcaldesa, y no iba a cambiar su escaño en el Congreso por un sillón en los bancos de la oposición.
Consciente de que en política lo difícil no es mantenerse sino llegar, se enfundó el chubasquero de escurrir críticas internas, externas, propias y ajenas. Consciente de su capacidad, pidió tiempo y paciencia a seguidores, detractores, amigos y enemigos. Consciente de su superioridad en el cuerpo a cuerpo, se tiró a la calle en busca de las cordobesas y cordobeses, se arrojó a los brazos de los medios de comunicación para remachar su presencia social y afianzar su liderazgo, y se hizo perejil de todas las salsas: conocimos a la Rosa peñista, motera, cofrade, cercana, monárquica, viajera, futbolera, emotiva, rociera, solidaria, religiosa... La vimos recibiendo a reyes y consolando a plebeyos; la vimos encabezando manifestaciones y homenajeando a banqueros; la vimos en la Pasarela Cibeles y de perol en La Palomera.
No es fácil simplificar la última década de Rosa Aguilar. Y menos si pretendes hacerlo desde una triple perspectiva: alcaldesa-ciudadano, política-periodista, amiga-amigo.
Como vecino, comparto el diagnóstico generalizado: luces y sombras. Pitos y palmas que le han valido en alguna ocasión para salir por la puerta grande, y para abandonar el coso con escolta policial, en otras. Lo mejor, sin duda, la imagen de ciudad que ha sido capaz de proyectar al exterior; lo peor, los muchos proyectos (grandes y pequeños) inacabados. No siempre se rodeó de los mejores, y en el pecado llevó su penitencia.
Como periodista, he disfrutado y sufrido con su obsesión mediática. Aguilar es maestra en regalar complicidades, despachar protagonismos y escurrir confidencias. Pocos políticos ha habido en España con una relación con la prensa tan hipnótica como la extinta alcaldesa; pocos han sabido embaucar, contentar y seducir a los plumillas como ella; pocos han aprendido a agasajar con un gesto, una sonrisa, a quienes acudían -por obligación- a escucharla. Aunque sus colaboradores más cercanos terminan por denunciar la exigencia, la presión y la dedicación a la que obliga Rosa Aguilar, compartir momentos de trabajo -a tiempo parcial- ha venido a ser, en líneas generales, gratificante.
Y como amigo... En mi relación con Rosa siempre he tenido la sensación de ser más amigo de ella, que ella de mí. Nadie puede ser tan amable, tan cordial, tan solícito, tan generoso, tan encantador... sin que quepa la duda de la sinceridad. Dudo de que haya alguien con más amigos que esta mujer, y estoy convencido de que la inmensa mayoría de ellos piensan que, en su caso, sí se trata de una relación recíproca y correspondida. El tiempo te enseña a valorar los gestos, los desaires, las muestras de afabilidad, los desencuentros; aprendes a colocarte en el lugar del otro para intentar discernir qué hay de auténtico en el saludo, en el beso, en la charla...
El día en que Rosa Aguilar anunció que se iba, todos los que nos encontramos en su círculo de influencia -más cerca o más lejos del núcleo- supimos que era el fin de una etapa. Algunos respiraron aliviados, otros suspiraron esperanzados, otros se atragantaron. Seguiremos escuchando los mismos mensajes (“Cordobesas y cordobeses...”, “Es esencial y fundamental...”, “Mi único compromiso es Córdoba...”), aunque cada vez más lejanos, y seguirá habiendo quienes se los crean y quienes no.
Yo continuaré interpretándolos desde mi triple paradigma. Y añorando, ¿por qué no reconocerlo?, aquel lejano 1986, cuando conocí a una joven y prometedora concejala del PCE que había accedido a un sillón capitular arrastrada por el tsunami de Julio Anguita...

19/4/09

Soneto al hartazgo dominical

Harto de ver a Alonso dando vueltas,
de oír que Martitegi está en el trullo,
de interpretar a columnistas cuyo
único fin es hilar palabras sueltas.

Cansado de ver pelis (serie B),
de no encontrar mesa en la Corredera,
de estar pendiente de una delantera
que sólo mete goles con el pie.

Hastiado de buscar alternativas
y apenas conseguir dar un respingo.
De navegar remansos de aguas vivas...

De intuir que seré carne de bingo...
De vagar y rendir expectativas...
No puedo más. ¡Qué hartura de domingo!

17/4/09

Córdoba en mayo

Se acerca mayo y se aleja Córdoba.
Hace ya bastantes años que nuestros mandamases se empeñan en reinventar el calendario. Mientras que en el resto del mundo el año dura 365 días, en Córdoba nos empeñamos en condensar el tiempo en un mes, con nombre de abeja, que se vuelve enorme, espeso, inabarcable...
Como yo soy de los que peinan canas, tengo margen para echar la vista atrás y recordar mis primeros mayos. Y, o tengo poca memoria, o a mí esto me lo han cambiado. Cuando yo era pequeño, el mayo lúdico-festivo empezaba con una visita a una cruz (a ser posible, la del barrio), seguía con un perol en Linares (o en el arroyo Pedroches, si te entraba hambre pronto), y terminaba con la feria: un par de vueltas en los coches de tope, una tajada de coco, una tortilla en la caseta del PCE y un par de porros oyendo un concierto en la caseta de Medicina.
Pero de pronto apareció algún ansioso y se entretuvo en rellenar los días -todos los días- de festejos, pasacalles, eventos, desfiles, conciertos, exposiciones, paseos, pregones, veladas, cabalgatas, visitas, performances y fuegos artificiales.
Un amigo de fuera me dice que el mes de mayo no está diseñado para los cordobeses. Que es como los sanfermines o las fallas, donde sólo disfruta el que viene de lejos. Serán -ya digo- las canas, pero cada vez le doy más la razón.
¿No sería más lógico celebrar la fiesta de los Patios en abril y la cata del vino en septiembre? ¿Por qué hay que programar Cabalcor en mayo? ¿Y el Festival de Blues?
Al final, el 99% de las actividades turístico-culturales-festivas se concentran en un par de meses o tres. Semana Santa, Cosmopoética, Feria del Libro, Mayo, Noche Blanca y Festival de la Guitarra... y luego, el páramo.
Pero, bueno. Nos toca, encima, representar el papel de cordobitas, y presumir de lo bien que nos lo pasamos y de que no sabemos a dónde acudir.
Se acerca mayo y, más de uno, querría alejarse.