2/8/12

Lágrimas de cocodrilo


Costa del Sol, verano de 2012. Un galán maduro -bastante maduro- de cuidada melena blanca susurra, ante un auditorio selecto, sus tristes confidencias a un micrófono, sin poder reprimir el llanto:
-¿Por qué no he de llorar, si sólo así descanso? No hay penas que sin llanto se puedan soportar.”(1)
No. Aunque lo parezca, no se trata de un senil cantante de boleros en el hotel Puente Romano, sino del otrora conspicuo empresario, constructor e industrial, Rafael Gómez Sánchez, derramando ante el juez las últimas gotas que quedaban en el tarro de su dignidad (“-Lágrimas de hombre, que son más amargas por estar condenadas a nunca brotar.”(2)).
Por vergonzante que pudiera resultar, Sandokán sólo cumple con las obligaciones que le impone su pertenencia al Club del Cocodrilo, una asociación de condenados, acusados, imputados o implicados en corruptelas y tratos con reptiles en la que todos sus ilustres miembros se comprometen -una vez despojados del peso de la púrpura y/o aligerados del peso de sus carteras- a exhibirse sin pudor al público escarnio, luciendo un estudiado rictus de contrición -aliñado con lágrimas, en bastantes casos- y una sensiblera y victimista declaración de inocencia. (“-Me parece una injusticia estar preso, señor juez.”(3)).
El cocodrilo es un animal de naturaleza inmisericorde que atenaza a sus presas, las arrastra al fondo del río, las ahoga y las despedaza. Mientras las devora, el movimiento de sus fauces estimula al mismo tiempo las glándulas salivares y las lacrimales (éstas involuntariamente, por cercanía), hasta provocar el falso llanto. Lágrimas fingidas que no alcanzan a diluir el regusto salado de la sangre aún caliente.
Igual que a Rafael Gómez, hemos visto llorar a muchos cocodrilos. Ángel Acebes, Antonio Barrientos, Teddy Bautista, José Blanco, Francisco Camps, Mario Conde, Francisco Correa, José María del Nido, Gerardo Díaz Ferrán, Jorge Dorribo, José María Enríquez, Carlos Fabra, Antonio Fernández, Francisco Javier Guerrero, Jaume Matas, María Antonia Munar, Julián Muñoz, Isabel Pantoja, Oriol Pujol, Rodrigo Rato, Francisco Javier Raventós, José Antonio Roca, Antonio Rodrigo Torrijos, José María Ruiz Mateos, Antonio Tirado, Iñaki Urdangarín (¡uf!, ¡me ahogo!)... cada uno de ellos ha elevado al cielo sus cuitas y sus lamentos (“-Cada cual en este mundo cuenta el cuento a su manera.”(4)) sin revelar -eso nunca- el paradero del botín que le haga rememorar los días de vino y rosas (“-Con lágrimas de sangre pude comprar la gloria.”(5)) y le haga olvidar la amargura de la soledad, el desdén y el abandono.
-Llora mi alma de fantoche sola y triste en esta noche. Noche negra y sin estrellas.”(6)
No voy a caer en el error de relacionar el grado de culpa con el tamaño de la panza (como hizo el cardenal de Guadalajara, monseñor Sandoval: “-No hay rico que no haya robado: o es ladrón o hijo de ladrones.”), pero que nadie espere que acuda con mi pañuelo a enjugar lágrimas de cocodrilo.
-Hoy, que me lloras de veras, recuerdo tu simulacro. Perdona que no te crea: lo tuyo es puro teatro.”(7)

Anexo musical

Puesto que el asunto es más propio de boleros, tangos y baladas, ahí van las autorías (a cada cual, lo suyo) y los enlaces:

26/7/12

¡Viva Draghi! ¡Ha nacido el Salvador!


Eurotower, sede del Banco Central Europeo, en Frankfurt (Alemania)
En aquel tiempo, llegó a Frankfurt (donde inventaron las salchichas y el BCE) el ministro Luis de Guindos, ascendió a la planta cuarenta de la Eurotower, se arrodilló ante Mario Draghi e imploró:
-Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
-El Banco Central Europeo hará lo necesario para sostener el euro -respondió el Maestro- y, créanme, eso será suficiente.
Fue entonces cuando De Guindos, que ya se había encaramado al balcón presto a arrojarse a las negras aguas del río Meno, notó cómo le temblaban las piernas y una lágrima vadeaba los profundos surcos de sus macilentas mejillas.
-¿Me estás hablando a mí, señor? -preguntó, incrédulo-. ¿En verdad, en verdad lo dices? ¿Puedo comunicar al mundo la buena nueva?
-Ite. Missam est.
Y se fue con la misión cumplida. Y difundió el mensaje. Y nada más hacerlo, las aguas se abrieron, el íbex-35 resurgió de los infiernos y el riesgo de la prima de riesgo se abrasó en una zarza ardiente.
-¡Aleluya! -le puso a Mariano por el whatsapp- ¡Ha nacido el salvador!

Como a Michael Corleone en El Padrino (“-Voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar”), a Draghi le ha bastado una frase para triunfar, para borrar sus desaires y para convertirse en uno de los nuestros.
A nadie parecen importarle ya el tiempo -y el dinero- perdidos, que el diferencial con Alemania se mantenga por encima de los 550 puntos básicos, que el íbex-35 apenas supere los seis mil (en septiembre, rondaba los diez mil puntos) y que cada subasta de deuda se nos lleve varios millones de euros en intereses.
Al presidente del BCE se le ha escapado que conoce la fórmula del bálsamo de Fierabrás -el que nos aliviará de todos los males-, pero que no está dispuesto a malgastarlo -por mucho que De Guindos se parezca a Sancho Panza- . Y a nadie parece importarle.
El gobierno brinda hoy con una botella medio llena porque, como dijo Escarlata O'Hara, “al fin y al cabo, mañana será otro día”, y quién sabe mañana qué dirá quién.

12/7/12

Hay alternativas, y lo saben

El presidente del gobierno se ha refugiado en el búnker del determinismo invencible para hacernos creer que no existen alternativas.
Cada vez que deja caer la porra sobre los maltrechos lomos de los trabajadores, nos regala la socorrida cantinela del no-hay-más-remedio. Eso y el gemidito (“-Más me duele a mí que a ti”- dice); eso y el ensayado rictus de hombre de estado que sufre con el sufrimiento de sus súbditos.
Nadie pone en duda que la situación es complicada y nadie pone en duda de que es preciso adoptar medidas extraordinarias. El Estado lleva años -muchos años- dilapidando nuestro patrimonio y nuestra herencia, y sólo ha aceptado la gravedad del problema cuando ya nadie le presta dinero para seguir tapando el despilfarro (o cuando, quien lo hace, le impone intereses leoninos). Sólo entonces ha comprendido que hay que ingresar más y que hay que gastar menos -¡vaya lumbreras!-, y se han puesto a buscar al pardillo que se haga cargo de la cuenta.
Cada vez son más los economistas -y algunos sin barba- que defienden reformas impositivas más eficaces y más justas. El catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, Viçenc Navarro -por ejemplo- calcula que se obtendrían 12.000 millones de euros sólo con recuperar algunos tributos total o parcialmente suprimidos (el impuesto sobre los grandes patrimonios, el impuesto de sociedades -para las grandes empresas- o el impuesto de sucesiones). Los técnicos del Ministerio de Hacienda -otro ejemplo- proponen recaudar 6.200 millones de euros más cada año sólo con destapar la economía sumergida, y 4.500 millones más sólo con un impuesto sobre las transacciones financieras; eso por no hablar del fraude fiscal, por donde escapan más de 40.000 millones de euros.
Por tanto, ¿quién dice que no hay alternativa a subir el IVA? En Francia, se van a aprobar impuestos especiales sobre las grandes fortunas y las grandes sucesiones, y en Estados Unidos -el paraíso de los liberales- Obama ha anunciado reformas fiscales en la misma línea.
Y aún se puede ingresar por otros conceptos. El Instituto Alemán de Investigación Económica -que no se entere la Merkel- ha propuesto que las grandes fortunas “colaboren” -por imposición- con la compra de deuda soberana, y numerosos colectivos aportan otras soluciones imaginativas (la Tasa Tobbin sería un buen ejemplo) que contribuirían a llenar la hucha.
Eso en el capítulo de ingresos. Como en el de gastos también hay que pegar pellizcos, se recorta en sanidad y en educación, se bajan los sueldos de los trabajadores públicos, las pensiones y los subsidios, se reduce el gasto público y se suprimen instituciones democráticas. Todas ellas, medidas que afectan a los mismos, a los de siempre.
A nadie se le ha ocurrido -o sí, pero sólo un rato- adelgazar otras partidas. Con la que está cayendo, la Casa Real mantiene sus más de 8,2 millones de euros de presupuesto anual, el Ministerio de Defensa sus 6.300 millones -que no sé yo de quién nos tenemos que defender, cuando el enemigo está en casa- y la Iglesia Católica conserva -sin recortes- su asignación de 160 millones de euros. Al presidente del Consejo del Poder Judicial le han congelado su jornal de 130.000 euracos -dietas y viajes a Marbella no incluidos-; los ex presidentes, su pensión vitalicia de 80.000 euretes -que no les impiden trabajar en empresas privadas de donde obtienen pingües beneficios, quizás a cambio de viejos favores- y sus señorías y señoríos, sus 4.000 euros al mes, la cama aparte -bueno, los alquileres, sólo para los de provincias-.
A nadie se le ha ocurrido que un país pobre, como España, no puede permitirse administraciones duplicadas -y triplicadas, en algunos casos-, ni cámaras repetidas -la del Senado, empieza a ser ya una reforma urgente-. No puede sostener la actual corte de asesores, jefes de gabinete y mamporreros, ni puede seguir subvencionando a tanto liberado, a tantos partidos políticos, al cuerpo de traductores y a las embajadas en Andorra. No puede, pero lo hace, y el gobierno seguirá culpando a la Merkel, a Draghi o al chachachá, y seguirá escudándose en que no hay alternativa.
Lo malo es que tiene -parcialmente- razón: mires para la derecha o mires para la izquierda, todos están escondidos detrás del mismo burladero.

27/6/12

IU, incumplimiento de contrato


El peso de la púrpura ha terminado por desnortar a Izquierda Unida.
Al final, la rebelión prometida ha resultado ser interna y la han protagonizado los representantes de esta formación política en el Parlamento de Andalucía: han prendido las antorchas y han metido fuego a su propio programa electoral. Quienes presumen de ser los -únicos y genuinos- defensores de la clase obrera, han decidido bendecir con sus votos, necesarios e imprescindibles, la enésima agresión a los derechos de los trabajadores.
Llevan años asegurando que existen alternativas y que la salida está a la izquierda (al fondo, pero a la izquierda). Años prestándole el megáfono a todo el que ha querido gritar, y situando su pancarta al frente de cualquier movilización. Años luciendo camisetas verdes, moradas y rojas (“-Con este tipín, cualquier cosa me sienta bien.”); años ideando eslóganes, años acompañando encierros y sentadas... y han bastado cien días rascando en el banco azul para sacarles los colores.
Su líder -donde dije digo, digo Diego- Valderas ha sufrido un repentino ataque de amnesia -alguna sustancia estupefaciente, que le habrán echado en la cartera vicepresidencial- para argumentar, sin vergüenza, las mismas justificaciones que él mismo criticó (“-No, si no soy yo. Es el PP, que me obliga”, “-No os preocupéis que, en cuanto haya pasta, os pagamos todo de golpe”).
Una pérdida -selectiva- de memoria que le ha permitido olvidar aquellas viejas demandas: más gasto público, lucha contra el fraude fiscal, reducción de altos cargos, reforma de la administración paralela, negociación colectiva y acuerdo con los sindicatos, protección social, impuestos para los más ricos (por cierto, el impuesto sobre campos de golf va a dar mucho que hablar), persecución de la economía sumergida... Aquellas propuestas que convencieron a tantos en las últimas elecciones y que le permitieron crecer más de un 37% en el número de votos (pasaron de 317.562 a 437.445) y duplicar el número de asientos (de 6 a 12).
Izquierda Unida ha cambiado de catecismo, pero sólo en Andalucía. En el resto de España, se mantiene en la otra orilla y rechaza las propuestas que exclusivamente defiende en el Hospital de las Cinco Llagas, con el argumento -casi de Estado- de que es la única manera de sostener al mismo gobierno que llevan treinta años intentando desbancar.
Izquierda Unida no ha entendido el mensaje (“¡No es eso, no es eso!”, que escribió Ortega y Gasset) y ha apostado a una carta -la más alta- buena parte de su credibilidad presente y futura. Temerariamente, ha decidido cambiar por un plato de lentejas el contrato que firmó el 25 de marzo con sus electores, y ni el clamor de propios ni el estupor de propios y extraños han movido el fiel de una balanza demasiado desequilibrada por el peso de los coches oficiales.
Coches que no aliviarán la travesía del desierto cuando, dentro de cuatro años, los votantes les demanden por incumplimiento de contrato.

Epílogo
El artículo 259 de la Constitución de Colombia proclama: “Quienes elijan gobernadores y alcaldes, imponen por mandato al elegido el programa que presentó al inscribirse como candidato”. O sea, que el programa electoral es de obligado cumplimiento para los políticos colombianos.
En España, un auto del Tribunal Supremo dictado en 2005 -que ha sentado jurisprudencia- determinó que “las 'promesas electorales' y su cumplimiento forman parte esencial de la acción política, enmarcada en principios de libertad de hacer o no hacer [...] que escapan al control jurisdiccional”. Es decir, que los políticos españoles pueden decidir libremente por dónde se pasan el programa con que se presentan a las elecciones. Y así nos va.

22/6/12

Los huérfanos de Rajoy


Foto de Rosa González publicada en El Mundo
Vale que el poder desgasta. Vale que la realidad del ejercicio de gobierno difícilmente puede corresponderse -ciento por ciento- con la utópica idealización que previamente dibuja negro sobre blanco el gabinete electoral. Vale que, cada vez que un nuevo inquilino revuelve el doble fondo de los cajones y levanta las alfombras de su nuevo despacho, se encuentra con obstáculos insorteables que le conducen irremisiblemente hacia rutas indeseadas.
Todo eso vale, pero es que los seis primeros meses de Rajoy han superado las peores expectativas.
El presidente del gobierno ha conseguido, en sólo ciento ochenta días, agotar buena parte de su crédito, defraudar a su electorado, rearmar a sus opositores y vaciar de argumentos a sus más inquebrantables e incondicionales defensores.
Según el último barómetro del CIS (publicado en mayo de 2012), el 56% de quienes votaron al PP el pasado mes de noviembre creen que la actual situación económica es peor que cuando los populares desembarcaron -hace ahora un año- en la mayoría de los ayuntamientos y comunidades autónomas, y el 42% de esos votantes opinan que la situación política hoy es 'mala' o 'muy mala' (a modo de anécdota, el 2% de los electores del PP cree que el principal problema de España es su gobierno).
Mariano Rajoy lleva más de un año -desde la campaña de las municipales, por lo menos- reclamando su derecho a gobernar, para solucionar los problemas de la nación; reivindicando un masivo apoyo popular con el que activar su fórmula mágica, su receta para generar confianza en los inversores, incentivar la creación de empresas, crear puestos de trabajo, optimizar los recursos y mejorar los servicios públicos. Una ecuación milagrosa basada en recortes y repagos que, lejos de reportar beneficios, no ha hecho sino aunar a sectores de lo más variopinto en la tribuna de las quejas.
La política fiscal (la subida del IRPF y la del IBI, y la del IVA, que viene) ha roto los esquemas a los empresarios y a los liberales -tanto monta, monta tanto- otrora fieles escuderos de Rajoy, Los recortes en la administración pública (menos sueldo, más horas, menos derechos) han rebelado a los funcionarios, interinos, laborales y eventuales, empezando por el grupo E y terminando por el grupo A. Los desempleados que votaron a Rajoy confiando en que les buscaría un trabajo, se han encontrado con que, en lugar de eso, les reduce las prestaciones, y los pensionistas que esperaban garantizar sus pagas (“-¡La Caja de la Seguridad Social se hunde!”-, decían) tienen ahora que aflojar la mosca cuando retiran la nifedipina y el omeprazol. Los emprendedores esperan y desesperan, y hasta las víctimas del terrorismo se quejan de sus desaires.
Ni se ha acabado con la corrupción, ni con el despilfarro autonómico. Ni se han terminado las injerencias (los nombramientos en la RTVE y en el CGPJ son sólo dos ejemplos), ni los despropósitos. Como siempre, gana la banca y pierden los desahuciados, bajan los créditos y suben los ERE, y el país sigue sin pintar nada ni en Europa ni en el mundo (bueno, en el mundo sí: don Mariano ya es presidente de las Islas Salomón).
Rajoy ha sembrado España de huérfanos -de huérfanos políticos, se entiende-, de ingenuos electores que creyeron sus promesas, que confiaron en sus soluciones y que depositaron en su gestión lo que les quedaba de confianza. Votos prestados para impulsar un cambio de rumbo que ha resultado ser un giro hacia ninguna parte.
Y, mientras, el presidente calla y se refugia en el burladero, e insta a sus subalternos a que intenten ocuparse del miura, ante el pasmo del personal que -desde el sol y desde la sombra- no acierta a entender cómo le han metido en esta faena.

9/6/12

Rescate y fracaso


Mientras los tirios y los troyanos discernían si eran galgos o si eran podencos (“-Ministro, tacha 'rescate' y di 'apoyo financiero', a ver si cuela”), los hombres de negro cruzaban la frontera conduciendo centenares de furgones blindados cargados de lingotes de oro. Lo llamen como lo llamen.
Tras meses de asedio, el gobierno ha entregado  las llaves. Ha rendido la plaza, ha franqueado el paso que con tanto empeño -¿cómo se dice 'orgullo' en alemán?- defendió, ha abierto los ventanales y ha enseñado sus vergüenzas. Ha reconocido -urbi et orbi- el pecado que todos conocían: este país no puede salir del agujero sin ayuda.
Es cierto que se trata de una intervención singular (en realidad, es casi más un préstamo que un rescate), pero uno de sus efectos -quizás el más temido- se mantiene y puede resultar demoledor. Por mucho que algún ministro piense que todos nos hemos caído del guindo, no hay peor manera de convencer a los especuladores de que es seguro invertir en España que asomarse al balcón y pregonar nuestras miserias.
Y, si no, ¿por qué se ha esperado tanto? ¿Cuánto dinero ha costado a las arcas públicas estas semanas de innecesaria -según el gobierno- incertidumbre? Y, si no ha existido ultimátum por parte de los socios, ¿por qué tantas prisas de última hora? ¿Había que dar la rueda de prensa en el descanso del Holanda-Dinamarca? (Por lo menos, terminó antes de que empezara el Alemania-Portugal). Y -la prueba más concluyente- si de verdad se trata de una buena noticia, si es la solución para todos nuestros males ¿dónde estaba Rajoy?
Europa ha colocado un cobrador del frac en la puerta de La Moncloa, y eso -lo diga Agamenón o su porquero- es un fracaso. Fracaso de un estado con complejo de inferioridad, que acaba de ingresar -por méritos propios- en el Club de los Morosos. Fracaso de un gobierno sin recursos, que termina por admitir su incapacidad para hacer aquello a lo que vinieron, y que ahora ve cuestionado un ineficaz programa de ajustes. Fracaso de un presidente titubeante y desnortado, que cambia constante e irresponsablemente de opinión y de criterio, y que se ha instalado sin pudor en la corrección y en la improvisación continuas.
Lo adornen como lo adornen, este rescate -perdón, este generoso apoyo al sistema financiero- no era la solución reclamada. El ejecutivo lleva semanas mendigando unos eurobonos con los que obtener sus propios recursos a precio de buen pagador, y todavía se escuchan las carcajadas con las que respondió la kaiseresa. Reclamó después una legislación a medida bajo la que camuflar el salvamento (“-Sálvame este banco, hombre, que hoy no llevo suelto.”) pero la Unión Europea le dejó bien clarito quién puede exigir excepciones y quién no. Al final, no le quedó más remedio que aceptar un plato de lentejas -si quieres, las comes...- al que, aunque tenga mejor pinta que los que les sirvieron a Irlanda y a Portugal, se le adivina una pesada digestión y hasta un cólico electoral.
España ha claudicado y ha asumido su papel. Lo llamen como lo llamen.

2/6/12

Échame una mano, prima


Como buen español, Mariano Rajoy no se lleva bien con su familia política. Lo más sangrante, en este caso, es que es su familia quien gobierna en Europa; la que podría -con un simple gesto- aliviar su calvario.
Mientras estaba en la oposición, el hoy presidente del gobierno presumía de los respectivos logros de sus correligionarios del Partido Popular Europeo y los ponía de ejemplo de lo que estaba por llegar. Usaba cromos con la imagen de Angela Merkel y de Nicolas Sarkozy para señalar el camino de la salvación al Zapatero descarriado y alardeaba de pertenecer al grupo de los elegidos que compartían la fórmula mágica y secreta del éxito. Hoy, ciento sesenta y cuatro días después de jurar la Constitución, a Rajoy ni le cogen el teléfono.
Y eso a pesar de que son familia. Porque, aunque no lo parezca, todos los que amenazan, chantajean y extorsionan inmisericordemente al gobierno español pertenecen a su misma formación política y comparten sus mismos principios.
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, milita en el Partido Popular Democratico/Partido Social Democrata (PPD-PSD) portugués desde 1980 (llegó a liderarlo) y fue ministro, jefe de la oposición y presidente del gobierno con esas siglas, que hoy se integran en el Partido Popular Europeo.
Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, fue primer ministro, presidente del congreso belga y varias veces ministro representando al Partido Cristiano Demócrata y Flamenco (Christen-Democratisch en Vlaams, CD&V), miembro del PPE.
El presidente del Eurogrupo (algo así como el superministro europeo de Economía y Finanzas) también pertenece al PPE. Jean-Claude Junker -primer ministro luxemburgués- milita en el Partido Popular Social Cristiano (Chrëschtlech Sozial Vollekspartei , CSV) del Gran Ducado de Luxemburgo.
Christine Lagarde, directora-gerente del FMI (Fondo Monetario Internacional) forma parte de la Unión por un Movimiento Popular (Union pour un Mouvement Populaire, UPE), con la que defendió la cartera de Economía y Finanzas en uno de los últimos gobiernos de Sarkozy. Evidentemente, también dentro de los populares europeos.
Y, por último, ¿adivinan quien es la presidenta de la Unión Demócrata Cristiana (Christlich-Demokratische Union, CDU) alemana, uno de los pilares del PPE? Efectivamente: Angela Merkel.
Sólo se echan a faltar dos nombres: Mario Draghi y Olli Rehn. El primero, presidente del Banco Central Europeo, no tiene adscripción política reconocida, aunque llegó a la política italiana de la mano de Andreotti (es decir: Democracia Cristiana; es decir: PPE), y el segundo, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, milita en el Partido del Centro (Suomen Keskusta) de Finlandia, encuadrado en el Grupo Liberal del europarlamento.
Estos siete magníficos conformaban el equipo llamado a reeducar a la más díscola de las primas -la de riesgo- pero, lejos de domesticarla, no hacen sino alimentar su rebeldía. Eran, hasta primeros de año, los avalistas de un proyecto que hoy camina desnortado, sin el apoyo internacional imprescindible para taponar la hemorragia por la que se desangra el rédito electoral cosechado hace apenas cinco meses.
Han abandonado a su suerte el barco que prometieron remolcar, y se alejan de él temerosos del remolino que -cuando las vías de agua que ya lo hacen ingobernable, lo condenen al fondo del mar- amenaza con salpicarle los zapatos de piel de becerro.
Y es que, como dice el refrán castellano, “con la familia, comer y beber, pero no comprar ni vender”.

30/5/12

Entre pitos y flautas


Desde hace algunos meses -puede que desde hace algunos años- la política española se mece entre pitos y flautas: pitos que intentan silenciar las flautas, flautas que pretenden camuflar los pitos.
Las noticias, buenas o malas (casi siempre malas), llegan animadas por una banda sonora de aplausos y abucheos que termina por desviar el debate, por enterrarlo bajo una costra de maquillaje sobre la que centrar la discusión y obviar lo esencial por lo accesorio.
Grupos políticos, instituciones, agentes sociales y -sobre todo- medios de comunicación se esmeran en enervar a la claque. Sirven en bandeja argumentos populistas (“-¡Gibraltar español!”-) para con sus vítores acallar los gritos de la otra bancada (“-¡Que pague la Iglesia!”), sin reparar (o sí) en que, con tanto jaleo, no se escuchan los lamentos.
Entre pitos y flautas, 4.744.235 españoles y españolas siguen pidiendo empleo al puñado de defraudadores amnistiados que no saben dónde colocar los millones que milagrosamente nacieron entre las láminas de su somier. Entre pitos y flautas, 58.241 familias siguen buscando dónde dormir después de ser desahuciados por los bancos y se cruzan con los exdirectivos incompetentes que salen por la puerta de atrás con cheques de siete ceros como pago por los servicios prestados.
Entre pitos y flautas, se reducen los salarios -¡ay, el impuesto revolucionario!-, se recortan las prestaciones -¿se acuerdan del estado del bienestar?- y se disparan las tasas -bienvenidos al reino del pago, copago y repago-. Entre pitos y flautas, se retrasa la edad de jubilación -“Si es que estás hecho un chaval”-, aumenta el IVA -Europa somos todos- y se rompen los convenios -con Franco, vivíamos mejor-.
Nos ensordecen con las cifras del déficit, la prima de riesgo y el íbex 35, para que -con el estrépito- perdamos la cuenta de los euros que mes a mes entran de menos en nuestras carteras y para que, entre pitos y flautas, aceptemos como irreversible una situación de la que, encima, nos responsabilizan.
Cuando los pitos reciben a su alteza el heredero en el campo de fútbol, se compensa elevando el volumen de las flautas que interpretan la Marcha Real. Cuando los pitos reprochan los reajustes, las fanfarrias apuntan al despacho de enfrente -"Tú más"-, como si no nos dolieran igual las bofetadas vengan de la mano que vengan.
Es hora de dejarnos de pitos y flautas. De exigir respuestas en lugar de justificaciones, soluciones en lugar de alharacas, resultados en lugar de excusas.
Porque, en definitiva, nos están tomando el pelo. Entre pitos y flautas.

29/5/12

Pocos cambios... afortunadamente


Los meses que antecedieron a la inauguración de la feria de 2012 estuvieron cargados de incertidumbres y expectativas. El actual equipo de gobierno municipal esbozó y avanzó, en los años que ocupó la bancada de la oposición, un modelo de feria sustancialmente distinto al que se encontró en mayo de 2011, sobre todo en dos aspectos: la duración del festejo y la tipología de las casetas. Dos elementos clave, indisolublemente unidos, que en esta edición apenas si se han visto modificados en la supresión de un día de fiesta (que, en la práctica, se ha reducido a algunas horas) y en la ampliación de las franjas de acceso restringido para las casetas. Tímidos cambios éstos que se quedarían en mera anécdota si no fuera porque apuntan indefectiblemente a lo que está por venir.
En su programa electoral, el Partido Popular apostó por una feria más corta (“siete días -en realidad, son seis-, comenzando el lunes por la noche con el alumbrado y los fuegos, y concluyendo el domingo siguiente”) y más amplia (hasta llegar a las “doscientas casetas”), sin reparar en que se trata de un binomio irreconciliable: si las casetas han abandonado El Arenal (llegó a haber 180 casetas en 1994) por lo difícil de recuperar los gastos del montaje, no regresarán cuando haya menos ocasión para hacer caja. A pesar de ello, la feria de este 2012 ha iniciado esta complicada senda.
La feria exige cambios (basta con ir el lunes o el martes de farolillos a pisar el -cada vez más escaso- albero, para constatarlo), pero no en el calendario o en el color de las fachadas, sino en sus cimientos. Las mejoras necesarias tienen que comenzar por el propio recinto ferial (sombras para la feria de día, aceras para los peatones y calzadas para los caballos) y por la forma de acceder a él (transporte público eficaz, viales y aparcamientos), como se ha hecho en otras ciudades de nuestro entorno. Con esa base, con las calles de El Arenal a rebosar, se podrán introducir cuantas reformas se vea conveniente. Entonces, y sólo entonces, se podrán instalar más casetas (y dejar unas más abiertas y otras más cerradas, unas para los más jóvenes y otras para los más flamencos) y será posible prescindir del primer fin de semana. Entonces, y sólo entonces, se podrá aspirar a la feria plural, viva y de calidad que todos perseguimos.
Puede ser que la intención del Ayuntamiento sea otra y que sólo la coyuntura económica haya recomendado posponer planes más ambiciosos, pero la realidad es que la feria de 2012 sólo ha variado -y mínimamente- en lo accesorio, y que la sensación es de que se pretende parchear en lo superfluo sin remover las estructuras. Mientras siga siendo así, los cambios, cuantos menos, mejor.

10/5/12

Hollande: lo verde empieza en los Pirineos

Ya está. Ya la tenemos liada.
Con la de horas que han echado la Merkel y el Sarkozy para convencernos de que no hay más camino que su camino... y llegan los franceses y proponen otra ruta. Con la de botellines de fontvella que ha habido que trasegar para ayudar a los líderes europeos a comulgar con la austeridad en forma de ruedas de molino... y llegan los franchutes y sacan los pies del tiesto. Con la de votos -y gobiernos- que se han desperdiciado, con la de broncas que se han silenciado en los consejos de ministros, con la de argumentarios que se han redactado para justificar lo injustificable... y aparece el nuevo con la pregunta del millón: "-Pero, ¿de verdad la única solución para salir de la crisis es estrangular la economía?". Pues no. Está claro que no.
Todos los analistas coinciden en que el origen de la recesión está en las entidades bancarias. A los banqueros les dio por jugar al monopoly con nuestros ahorros, les dio por aceptar avales dudosos y canjearlos por dinero de mentira con el único objetivo de hinchar la pelota y quedarse con las comisiones y los dividendos, sin reparar -¿o sí?- en que la burbuja terminaría por reventar. Ahora que en las cajas fuertes los recibos impagados ocupan el lugar reservado a los lingotes, sólo se les ocurre una salida: como no queda dinero para prestar, dejemos de gastar. Y así han puesto fin a los años de inversión pública y de servicios a la ciudadanía, a la época de los créditos y las ayudas, al periodo de prosperidad y bonanza. Sometidos al látigo de Sauron, emprendimos el viaje ineluctable desde Góndor a Mórdor, del edén hacia el oeste. Hasta que llegaron las elecciones francesas.
François Hollande no es un gran político (en su currículum apenas hay un par de apuntes: compartir prole -cuatro hijos- con la candidata Ségolène Royal y ocupar la alcaldía de Tulle -un pueblo de apenas quince mil habitantes-), ni falta que le ha hecho. En las primarias, se deshizo -casi sin sudar- de sus oponentes (¿qué fue de Arnaud Montebourg, aquel defensor de los indignados?) y en las presidenciales sólo tuvo que echarse a un lado para que Sarkozy se desplomara solo.
Su único mérito ha sido decir “no”, la palabra mágica que querían escuchar los votantes hartos de chantajes, advertencias, presagios y amenazas. “No” a la resignación, “no” al sometimiento, “no” a la aceptación, “no” a la ausencia de alternativas. Hollande es consciente -como lo son muchos de los que le han votado- de que no va a poder cumplir todas sus promesas (siempre tendrá la excusa de Maastricht y los recortes de soberanía) pero, a estas alturas de la película, ¿qué más da? Ya que estamos condenados a rebuscar entre los cubos de basura -en los del papel reciclado, esta vez- para releer los programas electorales, por lo menos pidamos que las promesas que se han de incumplir vengan con letra y con música. Prometió que cruzaría la Puerta de Brandemburgo para cantarle las cuarenta a la kaiseresa, y lo más que se va a traer son cinco minutos de prórroga antes de aceptar que ha perdido el partido.
Si en los años setenta, los españoles buscábamos el verdor más allá de los Pirineos, paraíso de la liberté y la prosperité (vale que entonces la mayoría se conformaba con verle las tetas a Nadiuska), en los últimos años, Europa se ha convertido en sinónimo de regresión, retroceso y recortes, hasta teñir todo de luto.
Ahora, el nuevo presidente francés ha entreabierto una nueva puerta en este viejo túnel que nunca se acaba. Probablemente, nuestros pastores -políticos y económicos- nos seguirán conduciendo por el camino largo y tortuoso, pero al menos servirá para que entre algo de aire fresco y un poco de luz. Para recordarnos que, al fondo -aunque sea muy al fondo-, la primavera ha verdecido y que la claridad -aun que no se vea- sigue ahí.
Para cargar de razones a quienes reclaman alternativas.

5/5/12

Rajoy y la teoría del caos


En 1884, para celebrar su sesenta cumpleaños, Óscar II rey de Suecia y Noruega convocó un singular concurso -siempre ha habido gente rara- en el que los participantes tenían que resolver complicados problemas matemáticos, como -por ejemplo- analizar la estabilidad del Sistema Solar y determinar especialmente cómo influye un cuerpo situado entre otros dos cuerpos celestes. El entonces joven científico Henri Poincaré aceptó el reto, pero fue para demostrar que el enigma no tenía solución, que en el universo existen sistemas caóticos, tan vulnerables a una mínima perturbación que el resultado varía en cada experimento y por lo tanto se vuelve imprevisible. Había nacido la teoría del caos.
Para que nos entendamos, la teoría del caos viene a defender que a veces no es posible establecer una inequívoca relación causa-efecto (un mismo experimento puede producir distintos resultados) porque existen factores -por muy insignificantes que puedan parecer- que modifican todo el proceso. No hay manera de pronosticar en qué número parará la bolita por mucho que la ruleta gire siempre con la misma velocidad y se repitan exactamente los mismos movimientos.
Algo parecido ocurre con la política y los gobiernos.
Aplicando la más estricta ortodoxia, los economistas elaboran un plan. Aseguran que cuando el déficit público se reduce 'equis', el peibé crece 'y', y que sólo entonces se crean 'ene' empleos; dicen que si se aplica el copago farmacéutico, se reducirá la deuda con los laboratorios y se saneará el sistema sanitario; explican que si se aplaza la edad de jubilación, aumentarán las cotizaciones y se frenará el gasto por prestaciones hasta llenar otra vez la caja... Pero esto es sólo el plan. Luego aparece la teoría del caos -y su acepción más popular: el efecto mariposa- para devolvernos a la realidad: el gobierno impone reformas y ajustes para recuperar la confianza de los inversores, pero un simple editorial en el Wall Street Journal -¡ay, el efecto mariposa!- dispara la inquieta prima de riesgo y hunde todos los indicadores; cada vez que a un preboste alemán le repite el pepino, los mayoristas verduleros -con perdón- europeos dejan de pasar por los invernaderos de Almería; basta con que il nuovo cavaliere siembre alguna duda, para que el íbex treinta y cinco coseche tempestades. Nada es absolutamente predecible (ni siquiera están bajo control los factores que influyen en los resultados) pero, aún así, los economistas realizan sus previsiones y los políticos aprueban sus programas, las previsiones fallan una y otra vez y los programas se modifican uno detrás de otro.
Quieren transmitir confianza y sólo nos conducen al caos. Tanto que nos hemos inmunizado. Nos hemos habituado a leer las cifras en números rojos y las previsiones en letras negras, las nóminas de arriba a abajo y la cartilla del paro de abajo a arriba; nos hemos acostumbrado a escuchar las justificaciones ante cada nuevo fracaso (cuando no es por la herencia, es culpa de los griegos, de las elecciones en Francia, de los combates en Siria, de los elefantes del rey... o del vuelo de una mariposa) y ofrecemos humildemente la otra mejilla cada vez que nos abofetean con un real decreto.
Si la crueldad de las cifras demuestra que Rodríguez Zapatero erró en su planteamiento ante la crisis, meses después la situación es aún peor: números aún más rojos, futuro aún más negro, los brotes verdes aún más lejos... y sin solución, porque el avión que acudía al rescate se ha estrellado antes de despegar. Seguimos navegando en un buque a la deriva cada vez con menos provisiones y peores previsiones, y -lo que lo agrava todo- sin rumbo ni faro al que enfilar la proa.
Nuestra única esperanza es que aparezca un remolcador (alemán o francés, americano, chino o de donde sea) y nos lleve a puerto, nos ponga a salvo del caos de la mar gruesa y de las alas de las mariposas.

26/4/12

El ciclo del Barça (y los catorce días de felicidad)

Peino demasiadas canas como para no haber aprendido que, estadísticamente, la vida te da más berrinches que alegrías. Cada buena nueva que llega -cuando llega- viene escoltada por tres o cuatro malas noticias, a cada éxito le preceden varios fracasos, cada obra de arte nace tras desechar un sinfín de bocetos.
Apelo a estas reflexiones con la única y sincera intención de levantar las orejas prematuramente gachas de mis correligionarios -¿qué es el fútbol, si no una religión?- culés. El fútbol sucumbe, como tantas otras cosas, cruel víctima de la memoria -"Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”- sometida por la amnesia que provocan un tiro al palo, un penalti injusto o un error de marca. Al igual que una victoria -por inmerecida que sea- despeja todas las nubes, la derrota es una borrasca que nubla la fama y el resplandor de las vitrinas (noblemente aprovisionadas).
El Barça no es un equipo de fútbol: es una filosofía. Sé que este es un argumento tan poco original como repetidamente denostado por los detractores del proyecto blaugrana, pero yo lo siento así. Muchos aficionados de camisa vieja embarcamos en el barcelonismo como muestra de rebeldía (y no hablo sólo de política) contra un orden establecido, contra un camino balizado que, de pequeños, nos sugería qué camiseta nos quedaría mejor y nos reportaría más satisfacciones. Crecimos a la sombra de una foto en blanco y negro de Miguel Muñoz fardando de copas. Nos salió la barba soportando páginas y más páginas de agravios en los periódicos, y horas de radio y televisión de aplausos y silencios mal repartidos. Oímos hasta la saciedad relatos de épicas remontadas, de hazañas y gestas en escenarios hostiles, y nos colmataron la paciencia a base de encendidas loas y alabanzas almibaradas.
Conocí a un madridista que presumía de haberlo presenciado todo (“-Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad en la Puerta de Tannhäuser... Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas de lluvia.”) pero descansa en paz -creo que está en un balneario-. Yo sí contaré a mis nietos lo que he vivido. Sin necesidad de repasar álbumes, recortes amarillos o el archivo del No-Do, yo podré presumir de haber visto jugar al mejor equipo de la historia, al único que lo ganó todo y convenció a todos, al único que doblegó al talonario y silenció la impertinencia de los micrófonos.
Hay quien hoy ahoga sus propias lágrimas con champán, confiado en que un par de victorias por la mínima eclipsen tantos chorreos y tantas humillaciones, esperanzado en que un par de títulos -si es que caen- pondrán de nuevo las cosas en su sitio (que gane quien tiene que ganar, que los árbitros ayuden a quienes tienen que ayudar, que pasee la bandera quien la tiene que pasear) y refugiado en el rácano y obtuso -y al final ésteril- resultadismo bajo el que esconder la inferioridad más notoria de la que se tiene noticias.
Ilusos. Ni esto se ha acabado ni, cuando se acabe (que algún día terminará) se va a olvidar. La pátina del tiempo relegará a Cristiano a mera -y musculosa- anécdota, hará del mouriñismo una gripe mal curada y recordará del postgalactismo lo poco que sobreviva al tsunami azul y rojo; mientras, en el otro platillo de la balanza, permanecerán registros insuperables, momentos irrepetibles, alineaciones inolvidables y sensaciones indescriptibles.
Abd-al-Rahman III dejó escrito en su diario: “-He reinado ahora por más de cincuenta años en la victoria o en la paz; amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riqueza y honores, poder y placer, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación, he anotado diligentemente los días de felicidad pura y genuina que me han tocado en suerte: suman catorce. Ni uno más, ni uno menos.”
Que cada cual cuente los suyos.

[Postdata: No me han llegado los permisos de Pablo Neruda, Ridley Scott y Ibn Idari para utilizar sus frases. En cuanto lleguen, los adjunto]

31/3/12

El plato de lentejas (o ¿Debe de pactar Izquierda Unida?)

PSOE e Izquierda Unida nunca se han llevado bien.
En 1920, un grupo de jóvenes socialistas (entre ellos, Dolores Ibárruri) fundó el Partido Comunista Español; un año más tarde, un grupo de afiliados del PSOE -alguno de ellos, dirigente y fundador, junto a Pablo Iglesias- se escindió para crear el PCOE (Partido Comunista Obrero Español). En marzo de 1922, las dos formaciones recién constituidas se unieron en el primer congreso del Partido Comunista de España.
Noventa años llevan PSOE e Izquierda Unida compitiendo y disputándose el mismo territorio de caza, distanciándose y acercándose en lo ideológico, sumando fuerzas (en contadas ocasiones) y negándose mayorías (las más de las veces). El partido de los comunistas nació y creció por la frustración de los socialistas desencantados, aunque ahora -sobre todo en las últimas décadas- los trasvases suelen llevar la dirección contraria.
Casi un siglo de convivencia en el que ha habido más desencuentros que cooperación, más deslealtad que auxilio. Únicamente han compartido consejo de ministros entre 1936 y 1939 (sólo cuando Largo Caballero exigió al PCE que se implicara en el gobierno, aceptaron sendas carteras Jesús Hernández Tomás -diputado por Córdoba- y Vicente Uribe), prólogo de un rimero de colaboraciones más obligadas que pretendidas. No supieron -ni quisieron- entenderse durante la dictadura (cuando el PCE era el Partido) ni en los albores de la transición (los comunistas impulsaron la Junta Democrática -en 1974- y los socialistas, la Plataforma de Convergencia -en 1975-), rivalidad que alcanzó su cénit cuando Felipe González aconsejó a Adolfo Suárez (28 de noviembre de 1976) que no legalizara el partido de Santiago Carrillo, que esperara hasta que la democracia estuviera consolidada. [Cinco meses después -9 de abril de 1977-, se produjo la legalización, probablemente para promover la división del electorado de izquierdas]
A partir de 1977, PSOE y PCE (desde 1986, Izquierda Unida) se han repartido -bien es cierto que de manera muy desigual- los mismos votos: cuando uno crece, pierde apoyos el otro; cuando se desgasta uno, el otro se recupera. Los dos intentan pescar en piscina ajena y celebran como triunfos propios los fracasos del vecino.
En este periodo, a Izquierda Unida le ha ido mejor cuanto más se ha alejado del partido socialista. Su época dorada (1993-1996) coincide con la consolidación de Julio Anguita en el liderazgo de la formación. En ese periodo, cuando el Califa predica que el PSOE se encuentra en la otra orilla (junto al Partido Popular), IU rompe sus techos y llega a sumar 2,5 millones de votos y 3.500 concejales en las Municipales de 1995 (en 2011: 900 mil votos y 900 concejales menos), y 2,6 millones de votos en la Generales de 1996 (ni Gerardo Iglesias -diez años antes- ni Gaspar Llamazares -doce años después- alcanzaron el millón); ese año, Izquierda Unida contó con 21 diputados en el Congreso -casi como en el 79-, una renta que se fue desvaneciendo convocatoria tras convocatoria (de 21 a 8, de 8 a 5, de 5 a 2).
En el Parlamento de Andalucía, Izquierda Unida mantiene su plusmarca personal en las veinte actas obtenidas en 1994. Hoy, con ocho parlamentarios menos, se debate entre desembarcar con sus doce escaños en la orilla del PSOE o ponerse de perfil y permitir que el enemigo común acceda al trono. Un debate con muchos pros y muchos contras.
Las coaliciones cuestan, y cuestan más al socio minoritario: los electores suelen castigar ese voto diferido -“Para que tú entregues mi voto, lo entrego yo, directamente”- y las disensiones internas desangran y dejan cicatrices indelebles. En este caso, IU lleva treinta años criticando a quienes ahora le convocan a la reunión de los martes, treinta años recriminando aptitudes y actitudes, treinta años soportando rodillos y desaires. Treinta años y ninguna garantía de que los próximos cuatro vayan a ser radicalmente distintos y de que la mancha de grasa que ellos mismos denunciaron no les acabe pringando.
En el otro platillo de la balanza está el plato de lentejas. Por mucho que Izquierda Unida insista en que sólo formará parte del gobierno andaluz para hacerlo girar a la izquierda, a nadie se le escapa lo que supondría entrar en ese gabinete, la relevancia de gestionar presupuestos y la importancia de designar cargos públicos. Además, gobernar -siempre que gobiernen bien- aunque sea sólo un par de áreas, les aportará el marchamo de calidad y credibilidad que hasta ahora se les ha negado, y que adornará su currículum en la próxima cita con las urnas. Tienen la oportunidad de demostrar que el programa electoral de IU es algo más que una interesante -pero utópica- declaración de intenciones.
Los ortodoxos de la teoría de las orillas y los exégetas del ideario prefieren no beber de ese cáliz pero, con la que está cayendo, ¿quién desprecia unas lentejas? Cuesten lo que cuesten.

23/3/12

Las elecciones del miedo


Las del próximo domingo son las elecciones del miedo. Las del miedo a perder.
En ellas, el PSOE se juega mucho más que el gobierno. Si las urnas le arrebatan el último fortín, la derrota arrastrará a cientos -quizás a miles- de puestos de trabajo (en su mayoría, altos cargos) poco o nada habituados a enviar currículums. Si el PSOE pierde estas elecciones, se avecinan días convulsos, de crueles luchas cainitas para conquistar los cada vez más exiguos reductos de poder.
El otrora todopoderoso partido socialista se ha ido desgarrando elección tras elección. Ha ido desalojando ayuntamientos y diputaciones, juntas de gobierno y consejos de administración. La formación que hace más de un siglo fundara Pablo Iglesias para revolucionar las estructuras del estado es hoy una máquina de gobernar aterrada ante la posibilidad del último desahucio.
También se lo juega todo el Partido Popular. Al menos el PP de Andalucía. Nunca ha tenido tan al alcance de la mano -y probablemente, nunca lo tendrá- rendir esta plaza, frente a un rival vencido en las encuestas, acosado en los tribunales, vapuleado en los periódicos y cuestionado en las calles; un sparring de brazos caídos que sólo aspira al combate nulo para pedir la revancha.
Y aún así, el Partido Popular podría perder este tren. Arenas, que lleva desde los treinta y tantos aspirando al cetro, es consciente de que no tiene más balas en la recámara y de que ha puesto toda la carne en el asador, pero también sabe que tras la noche en que la aritmética de las urnas le corone -esta vez, sí- campeón, puede despertar con el regusto amargo que en ocasiones dejan las ententes postelectorales.
Para el PP, el gobierno de la Junta de Andalucía es algo más que el paraíso prohibido. Igual que su conquista significaría un golpe moral del que sus oponentes tardarían años en recuperarse, un nuevo fracaso -como en Covadonga- insuflaría ánimos al rival exánime, aunque -como en Covadonga- la reconquista tenga que esperar. Además, el gobierno central confía en esta victoria para evitar cuatro años de inhóspita cohabitación, con un PSOE atrincherado -por voluntad propia- y radicalizado -por la de sus más que previsibles socios de gobierno-.
Los sesudos analistas aseguran que no hay lugar para la sorpresa y que el suelo electoral del Partido Popular supera holgadamente el peldaño de la mayoría absoluta. Pero, cuando se apagan los focos y se termina el posado, asoma en los rostros -de unos y de otros- el rictus del miedo.

18/3/12

Cruz Conde peatonal (espinela)

El "No sabe, no responde"
-tan habitual en Nieto-
ha mudado en un Decreto
Anticoches por Cruz Conde.
Como aquel que nada esconde
(aunque suene a cantinela
y le duela a quien le duela),
bendigo la decisión,
aplaudo la prohibición
y dedico esta espinela.

9/3/12

Nieto: uno y trino


Centenares de titulares se han escrito, en los últimos treinta años, con los que evidenciar los innumerables desencuentros internos en el seno de cada uno de los partidos, fundamentalmente porque la dirección, las estrategias y las teorías políticas de cada formación -las que pergeñan sus responsables orgánicos- difícilmente coinciden, en la práctica, con el ejercicio diario de las responsabilidades institucionales -las de los cargos públicos, para que nos entendamos-. Si a esto añadimos las ambiciones, los celos, las intrigas, los intereses y las rencillas personales -entre camaradas- lo extraño es que no haya habido aún más enfrentamientos y que la sangre -casi- nunca haya llegado al río.
En el caso del ayuntamiento, merece la pena recordar que ninguno de los seis alcaldes que precedieron a José Antonio Nieto lideraba su partido en el momento de su nombramiento, lo que probablemente explique el caótico fin de fiesta de algunos de ellos, especialmente esperpéntico en el caso de Herminio Trigo o de Rosa Aguilar.
Sólo José Antonio Nieto parece haber aprendido esta lección. Concejal desde 1995, en febrero del 2006 se hace con la presidencia provincial del Partido Popular y -sin prisa, pero sin pausa- pone en marcha un proceso que le habrá de conducir hacia el control absoluto de su formación. Rescatando a unos y postergando a otros, promocionando a los leales y relegando a los díscolos, Nieto ha conseguido rodearse de una guardia de corps fiel, entregada, temerosa y obediente, ansiosa por satisfacer los deseos del líder y humilde a la espera de su recompensa.
Un cesarismo que alcanzó su máxima expresión a partir de mayo, cuando las urnas le invistieron de la autoridad necesaria para nombrar a alcaldes y concejales, para diseñar el grupo de la Diputación, para designar representantes en el Congreso, en el Senado y en el Parlamento autonómico y hasta para elegir al subdelegado del gobierno. El conjunto de los cargos públicos cordobeses del Partido Popular conforman una suerte de enorme grupo municipal con el alcalde a la cabeza, una especie de institución única en la que se confunden los cargos, se repiten las personas y se solapan las acciones, y todos a la sombra de un líder que no duda en mandar callar a un subdelegado, rectificar a un teniente de alcalde o llamar al orden a un diputado. Si los votos terminan por alojar a Arenas en el Palacio de San Telmo, pronto veremos a algún consejero cordobés rendir cuentas en Capitulares.
José Antonio Nieto ha alcanzado su objetivo: ser uno y trino. Ser la única autoridad institucional, política y hasta espiritual del Partido Popular; su único referente y su única voz infalible.
El problema -para él y para su partido- es que, con esta estrategia personalista -¡ay, los daños colaterales!-, también ha fulminado a su sucesor y a su delfín antes de que nazcan. Cuando la previsible progresión política de Nieto le lleve a calentar sillones más nobles que el de la alcaldía, no les será fácil encontrar relevo, menos aún para dirigir una estructura diseñada tan a su medida.
Y puede ser que esto ocurra mucho antes de lo que parece.

28/2/12

Iñaki no sabe y no contesta


Si a alguien le quedaban dudas sobre la pertenencia o no de Iñaki Urdangarín a la Casa Real, la bochornosa función de este fin de semana ha despejado cualquier incógnita: su-excelencia-el-duque sigue siendo uno de los nuestros.
O, al menos, actúa como si lo fuera. Primero renunció a un real privilegio -tan campechano como su suegro- y accedió a apearse del coche en el lugar en el que lo hacen los plebeyos. Después lo vimos desfilar -¡qué lastima que no hubiera alfombra roja!- tan alto, tan guapo, tan delgado y tan rubio como toda esta rama borbona mejorada con sangre danesa (los apellidos de Sofía -Schleswig, Holstein, Sonderburg y Glücksburg- han cumplido su trabajo genético); hizo el paseíllo oculto tras un rictus estudiado -mezcla de seriedad, altanería e indiferencia- parecido al que debió lucir Luis XVI de Borbón camino de la guillotina, y con él -como Louis Le Dérnier- logró protegerse de los gritos, de los insultos, de las pancartas, de los huevazos y hasta del morao de las banderas. Fingió romper el protocolo para acercarse a los periodistas -esto lo ha aprendido de la Ortiz, su concuñada- y regalar, a quienes llevaban horas estirando el brazo, un comunicado oficial educado, conciso y directo, memorizado -porque ahí no estaba el teleprompter de leer encíclicas navideñas- y definitivo: sin apostillas, réplicas ni preguntas.
Eso, en la parte pública. Dentro del juzgado: aún más borbón si cabe. A fuerza de “no-sabe-no-contesta”, consiguió acabar con la paciencia del juez más cansino de todos los que en España se adornan con puñetas, incapaz de obtener una confesión distinta a la del recurrente “mi-reino-no-es-de-este-mundo” o del lastimero “se-han-aprovechado-de-mí”. Horas y más horas que se ciñen al guión de los últimos treinta y siete años: preguntas sin respuestas, acciones sin responsabilidad, evidencias ignoradas, justificaciones inverosímiles y reparto inclemente de culpas.
Con lo único con lo que no había contado es con el inmisericorde cainismo de la real familia, dispuesta a sacrificar cuantas piezas hagan falta por evitar el jaque al rey y, si es necesario, a emplear para ello los argumentos que le salen del spottorno. Si el rey no dudó en enfrentarse a su padre -entonces jefe de la Casa Real- con tal de ceñirse la corona, y ni se plantea -a pesar de su evidentemente deteriorado estado de salud- ceder el báculo al principito cuarentón (con la edad actual del heredero, Juan Carlos ya llevaba siete años reinando y había superado el cambio de régimen, tres elecciones generales y una intentona golpista), a nadie se le pasa por la cabeza que vaya a poner en riesgo su supervivencia con tal de salvar a la oveja descarriada.
Pese a ello, Urdangarín se ha mostrado como el más leal de los súbditos, implorando lo único que parece preocuparle: un perdón y un auxilio regios (“Del rey abajo, ninguno”, como escribió Francisco de Rojas Zorrilla) que hace años le fueron negados (Rojas Zorrilla también escribió “El Caín de Cataluña” y “El mejor amigo, el muerto”), así que sólo le resta aguardar en su exilio dorado la justicia de los hombres.
A ver si, entonces, le vuelve la memoria.

7/2/12

El coro de Rubalcaba


De todas las estampas que nos ha regalado el congreso federal del PSOE, retengo en la retina una que, a modo de epílogo, resume la actual situación de esta formación política: la de los compromisarios socialistas puestos en pie cantando la Internacional.
Mientras unos elevaban el puño izquierdo, otros alzaban el brazo derecho; había quien se desgañitaba a voz en grito -“¡Arriba, parias de la tierra!”- y quien aprovechaba esos minutos para comentar el cónclave con su compañero de delegación. Algunos bajaban la mirada, otros sonreían -descaradamente incómodos- y, los más, se limitaban a mover los labios porque ya hace años que olvidaron la letra.
El propio Rubalcaba, en su discurso, reivindicó los cuatro términos que definen al PSOE (partido, socialista, obrero y español) y lo hizo sin reparar en que el primero de ellos (partido) hace tiempo que dejó de ser un sustantivo para convertirse en un adjetivo más. Como ocurre cada vez que esta apacible turnicidad cuasi decimonónica envía a la oposición a uno de los grandes, el partido se fragmenta en grupos, familias y corrientes internas que, lejos de plantear disyuntivas, posicionamientos y debates ideológicos, no tienen más vocación que la de reubicar a sus adscritos en las cada vez más escasas cuotas de poder que resisten el embate de las urnas. PP y PSOE (fundamentalmente) son dos gigantescas oficinas de colocación que, cuando el viento sopla a favor, reparten cargos a diestro y siniestro y, cuando las cartas vienen mal dadas, alimentan las luchas cainitas entre quienes temen terminar apeados del coche oficial.
Los delegados del 38 congreso no se vieron constreñidos a optar entre modelos socioeconómicos y formulaciones filosóficas dispares, sólo tuvieron que escoger un caballo al que subirse, con la esperanza de acertar y poder cruzar al trote -ya que no al galope- la travesía del desierto. En cada papeleta depositada en la urna figuraban dos nombres: el del líder elegido y el del propio compromisario, que anticipaba así su candidatura para posteriores votaciones.
Por eso, el nuevo director no fue capaz de hacer sonar armónicamente a aquel coro, más pendiente de seguir la batuta que de leer la partitura. Porque mientras unos elevan el puño izquierdo, otros alzan el brazo derecho; porque hay quien se desgañita a voz en grito -“¡Arriba, parias de la tierra!”- mientras otros murmuran con sus compañeros de fila; porque algunos bajan la mirada, otros sonríen -descaradamente incómodos- y, los más, se limitan a mover los labios. Y es que ya hace años que olvidaron la letra.

22/1/12

Garzón en los infiernos

Cuando Orfeo -músico griego, hijo del rey Eagro y de la musa Calíope- descendió a los infiernos en busca de su amada Eurídice, confiaba en que todos los obstáculos se removerían con el vibrar armónico de las nueve cuerdas de su lira, y que -con su celestial canto- se conmoverían las ninfas, los dioses y los demonios hasta consentir aquella inédita excursión por el más allá. El favorito de los dioses superó todas las pruebas, mas -cuando estaba a punto de alcanzar la meta y retornar triunfante al reino de la luz- cometió un torpe error que trocó su gesta en fracaso. ]

A mí nunca me ha gustado Garzón (ni él, ni cualquier otro magistrado que se empeñe en que me aprenda su nombre: si por mí fuera, los jueces -como los verdugos o los policías antidisturbios- trabajarían con pasamontañas, para, además de no ver, tampoco ser vistos) y nunca he entendido lo de “juez estrella” (¿qué es un “juez estrella”?¿el que dicta sentencias justas?¿el que instruye impecablemente?, o sea ¿el que hace bien su trabajo?). Nunca me han seducido su porte arrogante, su afán de protagonismo ni sus correrías políticas, porque le hacen vulnerable, alimentan el argumentario de sus enemigos y derrotan el fondo por las formas.
Confieso mi pertenencia al grupo que considera a Garzón un juez bueno que se atreve con los poderosos, pero reconozco -yo, sí- que sus resultados dejan bastante que desear. Como cuando ordenó el arresto de Pinochet, pidió investigar a Kissinger, pretendió desaforar a Berlusconi, propuso el cierre de Guantánamo o quiso juzgar a Bin Laden. A modo de recompensa, obtuvo reconocimientos, homenajes y aplausos que en ningún caso fue capaz de canjear por sentencias y condenas. Como Ícaro, Garzón pretendió volar tan alto que el sol derritió la cera de sus alas.
Quizás por eso (supongo que acabaría bastante quemado), cambió de plan y emprendió el descenso a los infiernos: el juicio al franquismo. Aceptó viajar cincuenta años atrás en el tiempo para llamar -por fin- ‘culpables’ a los culpables (aunque, para ello, tuviera que resucitar a los verdugos y recordar su hedor), prometió justicia a los fusilados y a los torturados tras el golpe de estado fascista, y cuestionó el ominoso y cobarde 'aquí-no-ha-pasado-nada' con que los nietos de los dos lados del régimen resolvieron décadas de dolor, humillación y abusos.
Baltasar Garzón, como Orfeo, compró un billete de ida y vuelta para el inframundo, convencido del poder mágico de su canto y de que los habitantes del monte Olimpo le protegerían como hasta entonces. Creyó que -como en la opereta en la que Offenbach recreó las hazañas de Orfeo en los infiernos- todos terminarían bailando el cancán (“Somos, somos las vedettes de los cabaretes…”), riendo, brincando y brindando por el final feliz. Pero descuidó, también él, algún pequeño detalle, alguna sombra que oscureció su frente (como el hermoso pie de Eurídice) y convirtió en tragedia la comedia.
En la Audiencia, ahora se sienta en el otro lado de la sala, pero sigue vistiendo su elegante toga con puñetas de encaje, supongo que para recordarle al juez que, en el fondo, "soy uno de los vuestros", como el general que acude al consejo de guerra luciendo todas sus medallas. Está -estamos- a la espera de un veredicto que lleva siglos redactado, y con el que -diga lo que diga- unos empapelarán los muros de la vergüenza y los otros nos recordarán eternamente que nadie regresa victorioso de un paseo por el averno.

16/1/12

Rubalcaba, Chacón y El Clan de la Tortilla

Iniciada la década de los setenta, el PSOE se encontró ante la tesitura de preparar su organización para el cambio de régimen que se antojaba inminente. La idea de que Rodolfo Llopis (que llevaba casi treinta años dirigiendo el partido desde el exilio) pudiera regresar y vencer en unas elecciones parecía absolutamente descabellada, porque decir "Llopis" -como decir "Santiago Carrillo"- evocaba demasiado a la República, a la guerra civil y a cuentas pendientes que nunca se habrían de saldar. Los "socialistas del interior" apostaron por la renovación, la plantearon en el congreso de Toulouse (de 1972) y la culminaron dos años después en Suresnes.
Ante la falta de acuerdo, de Toulouse surgieron tres aspirantes (ahora se les llamaría precandidatos) para dirigir el partido: Pablo Castellano, Nicolás Redondo y Felipe González, y los tres, junto a otros de menor peso, constituyeron una dirección colegiada; Llopis había quedado fuera. En 1974, los reunidos en Suresnes tuvieron que optar entre el más socialista (Castellano), el más obrero (Redondo) o el más... el menos incómodo para el régimen de Franco y la socialdemocracia europea (González). El líder de la UGT se retiró, Pablo Castellano protestó, y Felipe (y sus tesis) se hicieron con el poder.
En aquellos dos congresos se decidió no sólo quien ocuparía la secretaría general del partido, también se votó una nueva ideología, un nuevo perfil político y una nueva estrategia. Un nuevo PSOE que quedó reflejado en la famosa foto de la tortilla, en la que un grupo de jóvenes sevillanos con inquietudes comparte una jornada de campo. [A pesar de los años, aún se reconoce (de pie) a Pablo Juliá, a Rodríguez de la Borbolla, a Isabel Pozuelo, a Carmen Romero y a Alfonso Guerra, y (en el suelo) a Carmen Hermosín, a Felipe González. a Luis Yáñez y a Manuel Chaves, entre otros; de la tortilla, nunca se supo]


Era aquel un PSOE lo suficientemente joven (la que más: Isabel Pozuelo -veintipocos-, el mayor: Guerra -treintitantos-; por cierto, los dos mantienen su escaño en el Congreso) como para no tener deudas con el régimen; lo suficientemente clandestino (los alumnos de Medicina de aquella época aún recordarán los mítines de Yáñez, igual que el decano de Filosofía no habrá olvidado aquel mayo de 1971 en que pidió la expulsión de Carmeli, su mujer) como para legitimarse ante quienes llevaban décadas luchando; lo suficientemente moderado como para ser considerado un mal menor ante la avalancha de partidos de izquierda que se temía (hay quien asegura que González fue designado líder del PSOE meses antes de Suresnes, en la Operación Primavera que organizó el SECED -algo así como la CIA de Franco-: el Servicio Central de Documentación estudió a todos los candidatos y escogió a Isidoro, le entregó el pasaporte, le escoltó a Francia y convenció a Juan (Nicolás Redondo) para que le diera sus votos).
No intento ahora discernir si los delegados de aquel XXVI Congreso acertaron, o si debieron de haber optado por las tesis que defendían Pablo Castellano y Paco Bustelo (que derivarían en la Izquierda Socialista que nació en 1997, cuando González impuso la renuncia al marxismo); sólo es que añoro el debate. Un debate ideológico, más allá de las personas, en el que se propongan dos fórmulas distintas para enfrentar -y solucionar- los problemas, y que permita elegir entre el rojo y el azul o entre el blanco y el negro (y no entre distintas gamas de gris).
Lo echo de menos, como supongo que lo harán las 972 personas que acudirán al XXXVIII Congreso. Más o menos, como en el resto de congresos del resto de partidos.

9/1/12

O más impuestos o menos estado

Hay verdades que molestan especialmente, pero no por ello dejan de ser ciertas, y entre ellas hay una que aparece de cuando en cuando en las portadas de los periódicos -aunque no la queramos leer-: "Los españoles pagamos pocos impuestos."
Y ahora no me refiero al fraude o a la evasión fiscal -lo haré más abajo-, sino sencillamente a la presión tributaria. En España -según el último informe de la OCDE- la carga impositiva (en relación al PIB) apenas supera el 30% -la séptima más baja de la Unión Europea-, muy lejos de los porcentajes que se registran en los países nórdicos: Finlandia (42,6%), Noruega (42,9%), Suecia (46,7%) o Dinamarca (48%). En ese mismo ránking de la OCDE sobre el esfuerzo fiscal -en el que España ocupa el puesto 22º-, Japón se sitúa en la posición 28ª (con el 26,9%) y Estados Unidos en la 32ª (24,1%).
Lo malo es que, por mucho que quisiéramos mirar para otro lado, los servicios públicos sólo son viables cuando hay suficientes ingresos con los que garantizarlos. No es casualidad que los norteamericanos, que pagan la mitad de impuestos que los daneses, disfruten de peores servicios y muchos menos subsidios y prestaciones sociales. En Dinamarca, no existen carreteras de peaje, los estudiantes reciben una beca -de más de setecientos euros mensuales- mientras dura su periodo de formación y los salarios más bajos se complementan con una ayuda pública para la vivienda, porque el estado ingresa lo suficiente como para afrontar esos gastos.
En España (y en países como Portugal, Grecia o Irlanda) hemos pretendido tomar lo mejor de cada uno de los modelos: impuestos bajos (como en Estados Unidos, Australia o Japón) y servicios sociales de calidad (como en el norte y en el centro de Europa), pero esa combinación tiene el recorrido muy corto. Más allá de algunas complejas y circunstanciales operaciones financieras, los estados no disponen de fuentes de ingresos más allá de los tributos, de manera que, si los ciudadanos no pagan, las prestaciones públicas se hacen insostenibles.
Cada vez que nos amenazan con el copago -han empezado con el sanitario, pero llegarán otros-, no hacen sino recordarnos que con lo que aportamos ya no llega y que hay que contribuir un poco más si queremos conservar el actual sistema de pensiones, la enseñanza pública, el modelo sanitario, el subsidio por desempleo o la atención a los dependientes. Porque el copago no es sino otra forma de tributación -ésta, a semejanza de los impuestos indirectos- mucho más injusta, insolidaria y regresiva, contraria al espíritu del artículo 31.1 de la constitución ("Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad"). Cuando hablamos de impuestos directos -como el IRPF, por ejemplo-, cada uno aporta según su patrimonio, pero cuando el pago se hace mediante una tasa, la factura es la misma para ricos o para pobres (cuando toque pagar por visitar Urgencias -pongamos que sean quince euros-, lo que al presidente de Banca Cívica le supondrá el 0.03% de su salario semanal, al mileurista se le disparará hasta el 6%).
Es decir, que o pagamos más impuestos -directos- o lo hacemos mediante tasas, impuestos especiales -como el de los carburantes- y copagos. Pero pagar, vamos a terminar pagando. ¿O quién lo hace si no?
Siempre nos quedará el argumento de que bastaría con combatir eficazmente el fraude fiscal para evitarnos la recientemente anunciada subida impositiva (los españoles también somos líderes en urdir estrategias -más o menos legales- con las que ahorrarnos unos eurillos), o que es posible gestionar mejor y priorizar garantizando las partidas de mayor contenido y relevancia social. Cierto, pero nunca será suficiente. Si queremos servicios, tenemos que ser coherentes y costearlos.
Con la llegada del siglo XXI, se ha recuperado un debate -que parecía superado- entre los detractores y los defensores del estado del bienestar. Grupos proclives al liberalismo que -como el Tea Party- abogan por la rebaja de impuestos y, consecuentemente, por la reducción del gasto público, han reunido suficientes seguidores en Europa como para cuestionar las políticas sociales que promueven la integración y la convergencia ciudadana a través de la solidaridad, y. día a día, ganan más adeptos con sus planteamientos demagógicos: proponen la eliminación de determinados impuestos sin explicar que eso conduciría a la supresión de buena parte de la cobertura pública.
A nadie le gusta pagar impuestos (a mí, desde luego, no) y por ello es tan necesario vigilar a qué se destinan y exigir que se empleen criterios en beneficio de la mayoría. Pero una sociedad que no contribuye (y que prefiere contratar a un asesor fiscal para que le enseñe a pagar aún menos), conforma estados débiles e insolidarios.
(Eso sí. Cuando luego vemos un documental sobre Copenhague, todos -unos y otros, los que pagan y los que no- coincidimos: "-¡Qué bien se tiene que vivir en ese sitio!")

4/1/12

Una crisis para volver a ser pobres

Nadie, sobre la faz de la Tierra, dudará ya de que esto de la crisis es un enorme embuste.
Llevamos tantos meses desayunando con macrocifras, previsiones y análisis, que no hay quien se trague que resultó imposible prever la actual situación, que los economistas no anticiparon que ocurriría lo que está ocurriendo y que no advirtieron a quienes tenían que activar las medidas oportunas para corregir y evitar la debacle. Entonces ¿por qué no se actuó?
El día en que las nubes se abran y dejen paso al sol -que algún día se abrirán- podremos hacer balance de los daños que ha causado el temporal y, lo que es más importante, desenmascarar a quienes han obtenido beneficio de esta etapa de turbulencias.
Los recortes -los ya aplicados y los que quedan por aplicar- van a significar un grave deterioro en los servicios básicos y estratégicos que los estados prestan a sus súbditos. La disminución de las partidas destinadas a la sanidad -por ejemplo- invitará a quien pueda permitírselo a contratar con compañías privadas. Cuando crezcan  las ratios en las escuelas públicas, desaparezcan los cheques-libro y se rebajen las ayudas y las becas, muchas familias -las que puedan pagar- acudirán a los colegios privados. Si los jubilados siguen perdiendo poder adquisitivo, aumentarán los fondos de pensiones; habrá más gimnasios privados cuantas más instalaciones públicas se cierren; más publicidad para las teles comerciales, cuantas más cadenas autonómicas abandonen sus emisiones; más peajes en las autopistas, cuanto menos atractivas sean las autovías.
Por lo tanto, la crisis servirá, fundamentalmente, para que engorden sus cuentas de resultados las grandes sociedades mercantiles cuyos mayoritarios paquetes de acciones están, curiosamente, en manos de las grandes entidades financieras, responsables en primera instancia del cataclismo económico que paradójicamente les va a hacer -más- ricos.
La sociedad occidental -en general-, Europa -en particular- y los países mediterráneos -especialmente- habrán retrocedido décadas en sus conquistas sociales cuando en un parqué se certifique el final de la crisis. Habrá que volver entonces a negociar -o a pelear- derechos que ayer adjetivábamos como irrenunciables, y habrá que volver a arrancar -pellizco a pellizco- migajas del ya añorado estado del bienestar.
La historia se repite cíclicamente, y cada vez que las clases más desfavorecidas consigan ascender un peldaño, surgirá -sorpresiva e intempestivamente- una nueva crisis para recordarles cuál es el lugar que le corresponde en la pirámide social.
Así que lo mejor es que acaben cuanto antes con esta farsa para poder empezar de nuevo.