26/10/11

Europe's living a celebration

Cuando era pequeño, sólo empleaba la palabra "europa" en las conversaciones con temática musical (lo de eurovisión sí que era entonces un concurso en condiciones) o las discusiones deportivas (con Miguel Muñoz levantando sin hartazgo copas y más copas en blanco y negro). Luego todo cambió.
Europa -como referente de la democracia, la prosperidad, la libertad y el progreso- se convertía en el faro hacia el que enfilar nuestras proas y en el espejo al que intentar asomarnos. El objetivo parecía inabordable, inalcanzable el nivel de vida de los vecinos del norte,  inasumible el sacrificio de la convergencia... imposible llegar a ser como ellos. Hasta que de repente, un día nos despertamos europeos.
Unos nos aseguraban que nuestro paro estructural, nuestro déficit institucional, nuestro retraso industrial, nuestras riñas de vecindad se habían esfumado con la firma del tratado de adhesión. Y nos lo creímos.
En la orilla de enfrente, otros nos advertían de que la Unión Europea no era sino un gran bazar, un enorme cónclave de mercaderes a la búsqueda de nuevos consumidores. Nos avisaron de que, en lugar del pasaporte comunitario, nos estaban expidiendo una tarjeta de crédito. Y no nos lo quisimos creer.
Como escribió Hemingway, París era una fiesta. Como cantaron los triunfitos, en Europa todo es felicidad, y felices fuimos durante algunos años. Pronto nos habituamos a ir de compras al Soho y a pasar el puente en Berlín, a que el Banco Central Europeo redujera los tipos de interés y a que, por un euro, nos dieran dólar y pico. Aprendimos a beber chianti y a comer gouda sin sospechar que se nos terminaría atragantando.
En cuanto la crisis nos ha zarandeado, han salido a la luz nuestras vergüenzas (la insolidaridad y la ambición de las potencias centrales, las fullerías de las regiones mediterráneas, la falta de compromiso de los escépticos) hasta poner en cuestión esa condición de líder mundial de la que tanto habíamos presumido. Como aquel viejo hidalgo que ni en verano se quitaba la capa para esconder que había empeñado la camisa, estamos poniendo en riesgo -cuando no malvendiendo- nuestras más preciadas alhajas (el sistema sanitario, el modelo educativo, el marco de protección social) para convencer a Fitch, a Moody, a Standard y a Poor (que, como los mosqueteros, también son tres -o cuatro, según versiones- espadachines bravucones, pendencieros y vacilones) de que entregaremos los barcos (aunque no los bancos) antes de perder la honra.
Se terminó la fiesta en Europa. Ahora hay que fregar los platos, recoger el confeti y pedir la cuenta. Nos jubilaremos más viejos, co-pagaremos las medicinas y nuestros hijos, para aprender inglés, tendrán que volver a la Británica (o escuchar a Los Beatles, como hicimos nosotros). Renunciaremos al puente de la Inmaculada con tal de que el sistema financiero no se venga abajo y siga habiendo cash para pagar la luz del cuartelillo y el gasoil del camión de la basura.
¡Ah! y para que, a primeros de mes, les ingresen las nóminas a los europarlamentarios, diputados, senadores, parlamentarios autonómicos y concejales que siguen de perfil, denunciando que la culpa es del otro y prometiendo que, con ellos, aparecerá el arco iris. De fiesta, vamos.

9/10/11

Matar al mensajero

Artur Mas, Esperanza Aguirre y Josep Antoni Duran son unos bocazas. Hay muchos más, pero estos tres se han ganado a pulso la nominación gracias a su obstinación en obtener réditos electorales ridiculizando y/o criticando a los andaluces. Dicho esto -e insistiendo en la inoportunidad de determinadas declaraciones-, no comparto que la mejor respuesta a sus agravios sea matar al mensajero.
A mí también me irrita que el molt honorable se burle de los alumnos andaluces como argumento para defender su modelo educativo, pero más que los excesos del rey Artur me preocupa que el último Informe PISA sitúe a nuestra comunidad a la cola de España y demasiado lejos de la media de los países de la OCDE.
Me indigné cuando la condesa de Murillo llamó gallinas -"pitas, pitas, pitas"- a los campesinos andaluces, pero rechazar las salidas de tono de doña Esperanza no implica conformarse con que decenas de miles de jornaleros dependan de los subsidios agrarios (llámense PER, AEPSA, PROFEA, FEIL, FEESL... o cualquier otra combinación de letras).
No voy a disculpar al eterno candidato a ministro cuando asegura que le cargan a él la cuenta del bar de todos los parados de Andalucía, pero que haya pillado a Duran en un renuncio no supone que tenga que asentir cuando leo que la tercera parte de los desempleados ha rechazado una oferta de trabajo en los últimos tres meses.
Resulta mezquino aprovechar el bajo nivel de nuestros estudiantes o las dificultades que atraviesan los jornaleros, para crecer unas décimas en las encuestas de intención de voto, pero no es esa utilización espuria la que ha ofendido la dignidad colectiva de los andaluces -lamentablemente, ya estamos habituados- sino la identidad y el origen de quienes han aireado nuestros trapos sucios.
Nosotros contamos chistes de leperos, nos pasamos horas aplaudiendo a Juan y Medio -versión abuelos y versión nietos- y derrochamos arte pa' rabiar cuando se trata de animar la boda de la señora duquesa, pero nos da una alferecía cuando un  catalán nos dibuja con sombrero cordobés y bailando sevillanas. ¿Quién no conoce a un trabajador en activo que esté cobrando al mismo tiempo una nómina (en negro) y un subsidio de desempleo? Aquí nadie denuncia nada, pero nos parece intolerable que venga otro de fuera a echárnoslo en cara.
Tenemos identificados nuestros problemas, somos conscientes de nuestros defectos y conocemos nuestras fullerías, pero no se nos ocurre otra alternativa que denunciar al denunciante, a sabiendas de que matar al mensajero no soluciona nada, por muy bocazas que sea. Y esos -que conste- lo son.

6/10/11

La calle es mía

Por mucho que Manuel Fraga insista en renegar de su autoría, la frase "la calle es mía" continúa teniendo el mismo sonsonete tardofranquista que adornara a aquel ministro de Gobernación que, en abril de 1976, negó a la oposición democrática su derecho a pasear las banderas del primero de mayo. Será por eso que cada vez que alguien esgrime títulos de propiedad sobre un espacio público, me viene a la mente la imagen triste y en blanco y negro de la España del No-Do.
La calle Cruz Conde no es de nadie. Por más que el argumentario que utilizan los impulsores y los detractores de su peatonalización caiga indefectiblemente en ese error. Piensan los comerciantes que tienen derecho a ordenar ese territorio porque son ellos quienes lo mantienen vivo y activo, y responden los vecinos que es su criterio el único que ha de prevalecer. Por el efecto mariposa, desde todos los barrios alertan de las consecuencias que acarreará modificar los itinerarios del transporte público, mientras los ecologistas reciben con aplausos cada metro cuadrado que el peatón arrebata al motor de explosión.
Yo, que peino canas, recuerdo los coches circulando ante la puerta del Gran Teatro, por la calle Gondomar y por la calle Morería; muchos de nosotros hemos visto vehículos a motor circundando la estatua del Gran Capitán y traspasando los arcos de la Corredera. No sé si queda alguien que aún se oponga a aquellas peatonalizaciones, pero ninguna de ellas fue menos controvertida que la que ahora se debate.
Siempre he estado a favor de una calle Cruz Conde libre de vehículos. Lo defendiera quien lo defendiera y lo rechazara quien lo rechazara. No comparto la necesidad estratégica de reabrir ese vial, ni acepto esa solución como un mal menor. Cuanto más sopeso los pros y los contras, más me reafirmo en la idoneidad de regalar la catalogación de peatonal a una calle que lo viene reivindicando desde casi el momento en que se trazó, allá por mil novecientos veintitantos, cuando la piqueta echó abajo el Hotel Suizo, las Tendillas empezó a ser el corazón de la ciudad y hubo que tirar de tiralíneas para conectar la Córdoba histórica con la Córdoba moderna.
Con todo, lo que más me descoloca son algunos -extraños- posicionamientos y algunos -inapropiados- empecinamientos. A ellos les profetizo que la calle Cruz Conde será peatonal, ahora o dentro de algunos años, cuando alguien más inteligente que nosotros halle la solución a tantos problemas irresolubles que hoy nos impiden alcanzar la orilla.
De los años sesenta es otra frase de Fraga -ésta, sí reconocida-: "Spain is diferent". Cincuenta años después, cuando todas las ciudades apuestan por modelos urbanísticos más conciliadores y menos agresivos, ¡qué diferentes nos empeñamos en seguir siendo!