28/2/12

Iñaki no sabe y no contesta


Si a alguien le quedaban dudas sobre la pertenencia o no de Iñaki Urdangarín a la Casa Real, la bochornosa función de este fin de semana ha despejado cualquier incógnita: su-excelencia-el-duque sigue siendo uno de los nuestros.
O, al menos, actúa como si lo fuera. Primero renunció a un real privilegio -tan campechano como su suegro- y accedió a apearse del coche en el lugar en el que lo hacen los plebeyos. Después lo vimos desfilar -¡qué lastima que no hubiera alfombra roja!- tan alto, tan guapo, tan delgado y tan rubio como toda esta rama borbona mejorada con sangre danesa (los apellidos de Sofía -Schleswig, Holstein, Sonderburg y Glücksburg- han cumplido su trabajo genético); hizo el paseíllo oculto tras un rictus estudiado -mezcla de seriedad, altanería e indiferencia- parecido al que debió lucir Luis XVI de Borbón camino de la guillotina, y con él -como Louis Le Dérnier- logró protegerse de los gritos, de los insultos, de las pancartas, de los huevazos y hasta del morao de las banderas. Fingió romper el protocolo para acercarse a los periodistas -esto lo ha aprendido de la Ortiz, su concuñada- y regalar, a quienes llevaban horas estirando el brazo, un comunicado oficial educado, conciso y directo, memorizado -porque ahí no estaba el teleprompter de leer encíclicas navideñas- y definitivo: sin apostillas, réplicas ni preguntas.
Eso, en la parte pública. Dentro del juzgado: aún más borbón si cabe. A fuerza de “no-sabe-no-contesta”, consiguió acabar con la paciencia del juez más cansino de todos los que en España se adornan con puñetas, incapaz de obtener una confesión distinta a la del recurrente “mi-reino-no-es-de-este-mundo” o del lastimero “se-han-aprovechado-de-mí”. Horas y más horas que se ciñen al guión de los últimos treinta y siete años: preguntas sin respuestas, acciones sin responsabilidad, evidencias ignoradas, justificaciones inverosímiles y reparto inclemente de culpas.
Con lo único con lo que no había contado es con el inmisericorde cainismo de la real familia, dispuesta a sacrificar cuantas piezas hagan falta por evitar el jaque al rey y, si es necesario, a emplear para ello los argumentos que le salen del spottorno. Si el rey no dudó en enfrentarse a su padre -entonces jefe de la Casa Real- con tal de ceñirse la corona, y ni se plantea -a pesar de su evidentemente deteriorado estado de salud- ceder el báculo al principito cuarentón (con la edad actual del heredero, Juan Carlos ya llevaba siete años reinando y había superado el cambio de régimen, tres elecciones generales y una intentona golpista), a nadie se le pasa por la cabeza que vaya a poner en riesgo su supervivencia con tal de salvar a la oveja descarriada.
Pese a ello, Urdangarín se ha mostrado como el más leal de los súbditos, implorando lo único que parece preocuparle: un perdón y un auxilio regios (“Del rey abajo, ninguno”, como escribió Francisco de Rojas Zorrilla) que hace años le fueron negados (Rojas Zorrilla también escribió “El Caín de Cataluña” y “El mejor amigo, el muerto”), así que sólo le resta aguardar en su exilio dorado la justicia de los hombres.
A ver si, entonces, le vuelve la memoria.

7/2/12

El coro de Rubalcaba


De todas las estampas que nos ha regalado el congreso federal del PSOE, retengo en la retina una que, a modo de epílogo, resume la actual situación de esta formación política: la de los compromisarios socialistas puestos en pie cantando la Internacional.
Mientras unos elevaban el puño izquierdo, otros alzaban el brazo derecho; había quien se desgañitaba a voz en grito -“¡Arriba, parias de la tierra!”- y quien aprovechaba esos minutos para comentar el cónclave con su compañero de delegación. Algunos bajaban la mirada, otros sonreían -descaradamente incómodos- y, los más, se limitaban a mover los labios porque ya hace años que olvidaron la letra.
El propio Rubalcaba, en su discurso, reivindicó los cuatro términos que definen al PSOE (partido, socialista, obrero y español) y lo hizo sin reparar en que el primero de ellos (partido) hace tiempo que dejó de ser un sustantivo para convertirse en un adjetivo más. Como ocurre cada vez que esta apacible turnicidad cuasi decimonónica envía a la oposición a uno de los grandes, el partido se fragmenta en grupos, familias y corrientes internas que, lejos de plantear disyuntivas, posicionamientos y debates ideológicos, no tienen más vocación que la de reubicar a sus adscritos en las cada vez más escasas cuotas de poder que resisten el embate de las urnas. PP y PSOE (fundamentalmente) son dos gigantescas oficinas de colocación que, cuando el viento sopla a favor, reparten cargos a diestro y siniestro y, cuando las cartas vienen mal dadas, alimentan las luchas cainitas entre quienes temen terminar apeados del coche oficial.
Los delegados del 38 congreso no se vieron constreñidos a optar entre modelos socioeconómicos y formulaciones filosóficas dispares, sólo tuvieron que escoger un caballo al que subirse, con la esperanza de acertar y poder cruzar al trote -ya que no al galope- la travesía del desierto. En cada papeleta depositada en la urna figuraban dos nombres: el del líder elegido y el del propio compromisario, que anticipaba así su candidatura para posteriores votaciones.
Por eso, el nuevo director no fue capaz de hacer sonar armónicamente a aquel coro, más pendiente de seguir la batuta que de leer la partitura. Porque mientras unos elevan el puño izquierdo, otros alzan el brazo derecho; porque hay quien se desgañita a voz en grito -“¡Arriba, parias de la tierra!”- mientras otros murmuran con sus compañeros de fila; porque algunos bajan la mirada, otros sonríen -descaradamente incómodos- y, los más, se limitan a mover los labios. Y es que ya hace años que olvidaron la letra.