Vale que el poder desgasta. Vale que la
realidad del ejercicio de gobierno difícilmente puede corresponderse
-ciento por ciento- con la utópica idealización que previamente
dibuja negro sobre blanco el gabinete electoral. Vale que, cada vez
que un nuevo inquilino revuelve el doble fondo de los cajones y
levanta las alfombras de su nuevo despacho, se encuentra con
obstáculos insorteables que le conducen irremisiblemente hacia rutas
indeseadas.
Todo eso vale, pero es que los seis
primeros meses de Rajoy han superado las peores expectativas.
El presidente del gobierno ha
conseguido, en sólo ciento ochenta días, agotar buena parte de su
crédito, defraudar a su electorado, rearmar a sus opositores y
vaciar de argumentos a sus más inquebrantables e incondicionales
defensores.
Según el último barómetro del CIS
(publicado en mayo de 2012), el 56% de quienes votaron al PP el
pasado mes de noviembre creen que la actual situación económica es
peor que cuando los populares desembarcaron -hace ahora un año- en
la mayoría de los ayuntamientos y comunidades autónomas, y el 42%
de esos votantes opinan que la situación política hoy es 'mala' o
'muy mala' (a modo de anécdota, el 2% de los electores del PP cree
que el principal problema de España es su gobierno).
Mariano Rajoy lleva más de un año
-desde la campaña de las municipales, por lo menos- reclamando su
derecho a gobernar, para solucionar los problemas de la nación;
reivindicando un masivo apoyo popular con el que activar su fórmula
mágica, su receta para generar confianza en los inversores,
incentivar la creación de empresas, crear puestos de trabajo,
optimizar los recursos y mejorar los servicios públicos. Una
ecuación milagrosa basada en recortes y repagos que, lejos de
reportar beneficios, no ha hecho sino aunar a sectores de lo más
variopinto en la tribuna de las quejas.
La política fiscal (la subida del IRPF
y la del IBI, y la del IVA, que viene) ha roto los esquemas a los
empresarios y a los liberales -tanto monta, monta tanto- otrora
fieles escuderos de Rajoy, Los recortes en la administración pública
(menos sueldo, más horas, menos derechos) han rebelado a los
funcionarios, interinos, laborales y eventuales, empezando por el
grupo E y terminando por el grupo A. Los desempleados que votaron a
Rajoy confiando en que les buscaría un trabajo, se han encontrado
con que, en lugar de eso, les reduce las prestaciones, y los
pensionistas que esperaban garantizar sus pagas (“-¡La Caja de la
Seguridad Social se hunde!”-, decían) tienen ahora que aflojar la mosca cuando retiran la nifedipina y el omeprazol. Los emprendedores
esperan y desesperan, y hasta las víctimas del terrorismo se quejan
de sus desaires.
Ni se ha acabado con la corrupción, ni
con el despilfarro autonómico. Ni se han terminado las injerencias
(los nombramientos en la RTVE y en el CGPJ son sólo dos ejemplos),
ni los despropósitos. Como siempre, gana la banca y pierden los
desahuciados, bajan los créditos y suben los ERE, y el país sigue
sin pintar nada ni en Europa ni en el mundo (bueno, en el mundo sí:
don Mariano ya es presidente de las Islas Salomón).
Rajoy ha sembrado España de huérfanos
-de huérfanos políticos, se entiende-, de ingenuos electores que
creyeron sus promesas, que confiaron en sus soluciones y que
depositaron en su gestión lo que les quedaba de confianza. Votos
prestados para impulsar un cambio de rumbo que ha resultado ser un
giro hacia ninguna parte.
Y, mientras, el presidente calla y se
refugia en el burladero, e insta a sus subalternos a que intenten
ocuparse del miura, ante el pasmo del personal que -desde el sol y
desde la sombra- no acierta a entender cómo le han metido en esta
faena.
1 comentario:
Muy bueno el análisis José Luís. Querían gobernar a costa de cualquier cosa y están haciendo verdad el refra´n de que más vale lo malo conocido. Desde luego a mi no me han engañado, a mi me han estafado amigos que pensaba no se iban a decantar por esta gente. Ya gobernó un gallego muchos años, lamentablemente, y los tópicos son los tópicos (a nosotros nos señalan siempre con los tópicos). Nunca sabes si suben o bajan las escaleras. Pero una cosa es cierta, cobran sustanciosos e inmorales sueldos, protegen a los corruptos, y siempre queda la duda si meten la mano en el cajón, directa o indirectamente.
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