En 1884, para celebrar su sesenta
cumpleaños, Óscar II rey de Suecia y Noruega convocó un singular
concurso -siempre ha habido gente rara- en el que los participantes
tenían que resolver complicados problemas matemáticos, como -por
ejemplo- analizar la estabilidad del Sistema Solar y determinar
especialmente cómo influye un cuerpo situado entre otros dos cuerpos
celestes. El entonces joven científico Henri Poincaré aceptó el reto, pero
fue para demostrar que el enigma no tenía solución, que en el
universo existen sistemas caóticos, tan vulnerables a una mínima
perturbación que el resultado varía en cada experimento y por lo
tanto se vuelve imprevisible. Había nacido la teoría del caos.
Para que nos entendamos, la teoría del
caos viene a defender que a veces no es posible establecer una
inequívoca relación causa-efecto (un mismo experimento puede
producir distintos resultados) porque existen factores -por muy
insignificantes que puedan parecer- que modifican todo el proceso. No
hay manera de pronosticar en qué número parará la bolita por mucho
que la ruleta gire siempre con la misma velocidad y se repitan
exactamente los mismos movimientos.
Algo parecido ocurre con la política y
los gobiernos.
Aplicando la más estricta ortodoxia,
los economistas elaboran un plan. Aseguran que cuando el déficit
público se reduce 'equis', el peibé crece 'y', y que sólo entonces
se crean 'ene' empleos; dicen que si se aplica el copago
farmacéutico, se reducirá la deuda con los laboratorios y se
saneará el sistema sanitario; explican que si se aplaza la edad de
jubilación, aumentarán las cotizaciones y se frenará el gasto por
prestaciones hasta llenar otra vez la caja... Pero esto es sólo el plan.
Luego aparece la teoría del caos -y su acepción más popular: el
efecto mariposa- para devolvernos a la realidad: el gobierno impone
reformas y ajustes para recuperar la confianza de los inversores,
pero un simple editorial en el Wall Street Journal -¡ay, el efecto
mariposa!- dispara la inquieta prima de riesgo y hunde todos los
indicadores; cada vez que a un preboste alemán le repite el pepino,
los mayoristas verduleros -con perdón- europeos dejan de pasar por
los invernaderos de Almería; basta con que il nuovo cavaliere
siembre alguna duda, para que el íbex treinta y cinco coseche
tempestades. Nada es absolutamente predecible (ni siquiera están
bajo control los factores que influyen en los resultados) pero, aún
así, los economistas realizan sus previsiones y los políticos
aprueban sus programas, las previsiones fallan una y otra vez y los
programas se modifican uno detrás de otro.
Quieren transmitir confianza y sólo
nos conducen al caos. Tanto que nos hemos inmunizado. Nos hemos
habituado a leer las cifras en números rojos y las previsiones en
letras negras, las nóminas de arriba a abajo y la cartilla del paro
de abajo a arriba; nos hemos acostumbrado a escuchar las
justificaciones ante cada nuevo fracaso (cuando no es por la
herencia, es culpa de los griegos, de las elecciones en Francia, de los
combates en Siria, de los elefantes del rey... o del vuelo de una
mariposa) y ofrecemos humildemente la otra mejilla cada vez que nos
abofetean con un real decreto.
Si la crueldad de las cifras demuestra
que Rodríguez Zapatero erró en su planteamiento ante la crisis,
meses después la situación es aún peor: números aún más rojos,
futuro aún más negro, los brotes verdes aún más lejos... y sin
solución, porque el avión que acudía al rescate se ha estrellado
antes de despegar. Seguimos navegando en un buque a la deriva cada
vez con menos provisiones y peores previsiones, y -lo que lo agrava todo- sin rumbo ni faro
al que enfilar la proa.
Nuestra única esperanza es que
aparezca un remolcador (alemán o francés, americano, chino o
de donde sea) y nos lleve a puerto, nos ponga a salvo del caos de la
mar gruesa y de las alas de las mariposas.
1 comentario:
Buenísimo José Luís, buenísimo. El famoso aleteo de la mariposa, que aquí es gaviota cruzada con paloma. Bien explicada la teoría los que pasa es que para los que tenemos una cierta edad, la palabra caos, cuya semántica está muy clara, en el franquismo, trataban de sustituir con ella a otra mucho más noble, que es anarquía.
Lo que ocurre es que yo estimo que ese caos, está perfectamente planificado y cocido en el horno del capitalismo internacional. No es tan al azar todo, en este caso caótico. Yo creo que la teoría es correcta si fuese el azar el que rige los vaivenes, pero yo creo que no lo es. Esta opinión no resta, desde luego categoría a la tuya, que es para quitarse el sombrero.
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