Los meses que antecedieron a la
inauguración de la feria de 2012 estuvieron cargados de incertidumbres y
expectativas. El actual equipo de gobierno municipal esbozó y avanzó, en los
años que ocupó la bancada de la oposición, un modelo de feria sustancialmente
distinto al que se encontró en mayo de 2011, sobre todo en dos aspectos: la
duración del festejo y la tipología de las casetas. Dos elementos clave,
indisolublemente unidos, que en esta edición apenas si se han visto modificados
en la supresión de un día de fiesta (que, en la práctica, se ha reducido a
algunas horas) y en la ampliación de las franjas de acceso restringido para las
casetas. Tímidos cambios éstos que se quedarían en mera anécdota si no fuera
porque apuntan indefectiblemente a lo que está por venir.
En su programa electoral, el
Partido Popular apostó por una feria más corta (“siete días -en
realidad, son seis-, comenzando el lunes por la noche con el alumbrado y los
fuegos, y concluyendo el domingo siguiente”) y más amplia (hasta llegar a
las “doscientas casetas”), sin reparar en que se trata de un binomio
irreconciliable: si las casetas han abandonado El Arenal (llegó a haber 180
casetas en 1994) por lo difícil de recuperar los gastos del montaje, no
regresarán cuando haya menos ocasión para hacer caja. A pesar de ello, la feria
de este 2012 ha iniciado esta complicada senda.
La feria exige cambios (basta con
ir el lunes o el martes de farolillos a pisar el -cada vez más escaso- albero,
para constatarlo), pero no en el calendario o en el color de las fachadas, sino
en sus cimientos. Las mejoras necesarias tienen que comenzar por el propio
recinto ferial (sombras para la feria de día, aceras para los peatones y
calzadas para los caballos) y por la forma de acceder a él (transporte público
eficaz, viales y aparcamientos), como se ha hecho en otras ciudades de nuestro
entorno. Con esa base, con las calles de El Arenal a rebosar, se podrán
introducir cuantas reformas se vea conveniente. Entonces, y sólo entonces, se
podrán instalar más casetas (y dejar unas más abiertas y otras más cerradas,
unas para los más jóvenes y otras para los más flamencos) y será posible
prescindir del primer fin de semana. Entonces, y sólo entonces, se podrá
aspirar a la feria plural, viva y de calidad que todos perseguimos.
Puede ser que la intención del
Ayuntamiento sea otra y que sólo la coyuntura económica haya recomendado
posponer planes más ambiciosos, pero la realidad es que la feria de 2012 sólo
ha variado -y mínimamente- en lo accesorio, y que la sensación es de que se
pretende parchear en lo superfluo sin remover las estructuras. Mientras siga
siendo así, los cambios, cuantos menos, mejor.
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