Desde hace algunos meses
-puede que desde hace algunos años- la política española se mece
entre pitos y flautas: pitos que intentan silenciar las flautas,
flautas que pretenden camuflar los pitos.
Las noticias, buenas o
malas (casi siempre malas), llegan animadas por una banda sonora de
aplausos y abucheos que termina por desviar el debate, por enterrarlo
bajo una costra de maquillaje sobre la que centrar la discusión y
obviar lo esencial por lo accesorio.
Grupos políticos,
instituciones, agentes sociales y -sobre todo- medios de comunicación
se esmeran en enervar a la claque. Sirven en bandeja argumentos
populistas (“-¡Gibraltar español!”-) para con sus vítores
acallar los gritos de la otra bancada (“-¡Que pague la Iglesia!”),
sin reparar (o sí) en que, con tanto jaleo, no se escuchan los
lamentos.
Entre pitos y flautas,
4.744.235 españoles y españolas siguen pidiendo empleo al puñado
de defraudadores amnistiados que no saben dónde colocar los millones
que milagrosamente nacieron entre las láminas de su somier. Entre
pitos y flautas, 58.241 familias siguen buscando dónde dormir
después de ser desahuciados por los bancos y se cruzan con los
exdirectivos incompetentes que salen por la puerta de atrás con
cheques de siete ceros como pago por los servicios prestados.
Entre pitos y flautas, se
reducen los salarios -¡ay, el impuesto revolucionario!-, se recortan
las prestaciones -¿se acuerdan del estado del bienestar?- y se
disparan las tasas -bienvenidos al reino del pago, copago y repago-.
Entre pitos y flautas, se retrasa la edad de jubilación -“Si es
que estás hecho un chaval”-, aumenta el IVA -Europa somos todos- y
se rompen los convenios -con Franco, vivíamos mejor-.
Nos ensordecen con las
cifras del déficit, la prima de riesgo y el íbex 35, para que -con
el estrépito- perdamos la cuenta de los euros que mes a mes entran
de menos en nuestras carteras y para que, entre pitos y flautas,
aceptemos como irreversible una situación de la que, encima, nos
responsabilizan.
Cuando los pitos reciben
a su alteza el heredero en el campo de fútbol, se compensa elevando
el volumen de las flautas que interpretan la Marcha Real. Cuando los
pitos reprochan los reajustes, las fanfarrias apuntan al despacho de
enfrente -"Tú más"-, como si no nos dolieran igual las bofetadas
vengan de la mano que vengan.
Es hora de dejarnos de
pitos y flautas. De exigir respuestas en lugar de justificaciones,
soluciones en lugar de alharacas, resultados en lugar de excusas.
Porque, en definitiva,
nos están tomando el pelo. Entre pitos y flautas.
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