Costa
del Sol, verano de 2012. Un galán maduro -bastante maduro- de
cuidada melena blanca susurra, ante un auditorio selecto, sus tristes
confidencias a un micrófono, sin poder reprimir el llanto:
“-¿Por
qué no he de llorar, si sólo así descanso? No hay penas que sin
llanto se puedan soportar.”(1)
No.
Aunque lo parezca, no se trata de un senil cantante de boleros en el
hotel Puente Romano, sino del otrora conspicuo empresario,
constructor e industrial, Rafael Gómez Sánchez, derramando ante el juez las
últimas gotas que quedaban en el tarro de su dignidad (“-Lágrimas
de hombre, que son más amargas por estar condenadas a nunca
brotar.”(2)).
Por
vergonzante que pudiera resultar, Sandokán sólo cumple con las
obligaciones que le impone su pertenencia al Club del Cocodrilo,
una asociación de condenados, acusados, imputados o implicados en
corruptelas y tratos con reptiles en la que todos sus ilustres
miembros se comprometen -una vez despojados del peso de la púrpura
y/o aligerados del peso de sus carteras- a exhibirse sin pudor al público escarnio, luciendo un estudiado rictus de contrición
-aliñado con lágrimas, en bastantes casos- y una sensiblera y
victimista declaración de inocencia. (“-Me parece una
injusticia estar preso, señor juez.”(3)).
El
cocodrilo es un animal de naturaleza inmisericorde que atenaza a sus
presas, las arrastra al fondo del río, las ahoga y las despedaza.
Mientras las devora, el movimiento de sus fauces estimula al mismo
tiempo las glándulas salivares y las lacrimales (éstas
involuntariamente, por cercanía), hasta provocar el falso llanto.
Lágrimas fingidas que no alcanzan a diluir el regusto salado de la
sangre aún caliente.
Igual
que a Rafael Gómez, hemos visto llorar a muchos cocodrilos. Ángel
Acebes, Antonio Barrientos, Teddy Bautista, José Blanco, Francisco
Camps, Mario Conde, Francisco Correa, José María del Nido, Gerardo
Díaz Ferrán, Jorge Dorribo, José María Enríquez, Carlos Fabra,
Antonio Fernández, Francisco Javier Guerrero, Jaume Matas, María
Antonia Munar, Julián Muñoz, Isabel Pantoja, Oriol Pujol, Rodrigo
Rato, Francisco Javier Raventós, José Antonio Roca, Antonio Rodrigo
Torrijos, José María Ruiz Mateos, Antonio Tirado, Iñaki Urdangarín
(¡uf!, ¡me ahogo!)... cada uno de ellos ha elevado al cielo sus
cuitas y sus lamentos (“-Cada cual en este mundo cuenta el
cuento a su manera.”(4)) sin revelar -eso nunca- el
paradero del botín que le haga rememorar los días de vino y rosas
(“-Con lágrimas de sangre pude comprar la gloria.”(5))
y le haga olvidar la amargura de la soledad, el desdén y el
abandono.
“-Llora
mi alma de fantoche sola y triste en esta noche. Noche negra y sin
estrellas.”(6)
No
voy a caer en el error de relacionar el grado de culpa con el tamaño
de la panza (como hizo el cardenal de Guadalajara, monseñor
Sandoval: “-No hay rico que no haya robado: o es ladrón o hijo
de ladrones.”), pero que nadie espere que acuda con mi pañuelo
a enjugar lágrimas de cocodrilo.
“-Hoy,
que me lloras de veras, recuerdo tu simulacro. Perdona que no te
crea: lo tuyo es puro teatro.”(7)
Anexo musical
Puesto
que el asunto es más propio de boleros, tangos y baladas, ahí van
las autorías (a cada cual, lo suyo) y los enlaces:
2 comentarios:
Nunca hubiera pensado que la expresión lágrimas de cocodrilo viniera de ahí. En fin, como aclaras, es vergonzoso que estas personas se pongan a llorar en el juicio, después de estar imputados por delitos que atentan contra todos los ciudadanos. Se les debería reclamar la devolución de la deuda, más intereses y daños y perjuicios. Estudiar con detenimiento a dónde ha ido a parar el botín y embargarles los bienes presentes y futuros.
Pero el que nos ocupa lloró por estar marcado ya de por vida como dijo, y luego a la salida sonreía como si no hubiera pasado nada. Además no se ganaría la vida como actor. Ninguno (es peligroso generalizar)está sentado allí por gusto, todos se han movido en las aguas turbulentas de las corruptelas, unos más y otros menos. Sobre todo cuando en mucho tiempo veían que no pasaba nada y que la justicia (esta es otra) miraba para otro lado como en Valencia, y claro si no está el guarda en la huerta... Unos son más prudentes y otros más populistas, pero en el fondo todos están.
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