23/3/09

La invasión de los caracoles

Aunque parezca el título de una película de ciencia ficción -nada más lejos de mi intención que sembrar la alarma-, sólo quiero proponer una reflexión: ¡qué de puestos de caracoles se han abierto este año!
Centenares de millones de estos gasterópodos ocupan, desde hace algunas semanas, nuestras plazas, jardines y aceras. Eso sí, a fuerza de hervir en los peroles, los desgraciados animalillos apenas si pueden disfrutar de la invasión, y sólo -como el Cid Campeador- se apuntan la victoria después de muertos.
Y conste que a mí me gustan. Chicos y gordos, picantones y cabrillas. Me gustan por su sabor y, sobre todo, por lo que mantienen de aperitivo de pueblo, humilde y tradicional. ¡Cuántos recuerdos acompañan a cada trago caliente -muy caliente- de caldo con sabor a hierbabuena y cáscara de naranja!
Además dicen que estos moluscos son de lo más nutritivo. Contienen el 98% de los aminoácidos esenciales para el ser humano; el 80% de su carne es agua, y rica en sales minerales y vitaminas; alcanzan hasta un 16% de valor proteínico, y apenas un 0,5% de aporte graso. ¡Pues por eso va a ser que, cada día, los cordobeses damos buena cuenta de casi 3.000 kilos de caracoles –tacita arriba, tacita abajo-…!
Tal es nuestra voracidad que a lo mejor habrá que poner en marcha un ‘Proyecto Caracol’ con el que garantizar la supervivencia de la especie. Por de pronto, en su inmensa mayoría provienen del Maghreb, donde se continúa ‘recolectando’ (¿se dice así?) del campo. Aquí, en la península, se ha intentado con la cría extensiva en invernadero, aunque parece que no cuaja y tendremos que seguir exterminando los caracoles morunos.
Pero la invasión a la que me refería era a la de los puestos. Por llamarles algo. ¡Qué distintas las carpas que se montan ahora! Con veladores, cuartos de baño y agua corriente, televisor y aire acondicionado. Veintisiete se han instalado, dicen que por la crisis; debe de ser la única ratio en la que lideramos todos los indicadores. Seguro que mis amigos del Carril Bici, y los de la Comisión de Barreras, y los de la Accesibilidad al Casco, y las asociaciones vecinales... tienen algo que decir, y con razón, acerca de este subarriendo de los espacios públicos.
Yo, por mi parte, lo único que voy a hacer es proponer a la Gerencia de Urbanismo una reserva de suelo -dotacional o de equipamiento- para estos chiringuitos.
Bueno, mejor me espero, no sea que les prescriba otra multa y me echen a mí la culpa.

19/3/09

El día del padre

Cuando yo era pequeño, el 19 de marzo era el día de San José Obrero. A tan tierna edad, no alcanzaba a vislumbrar que aquella celebración no era sino el resultado de sumar el día de San José (el esposo de María) y el día de San José (el humilde obrero de Nazaret a quien Pío XII elevó a próvido guardián de los trabajadores).
Como el sumo pontífice tuvo la feliz ocurrencia de colocar la festividad de San José Obrero el 1 de mayo -y el régimen de la época (1955) no estaba por dar día libre en fecha tan señalada-, durante años, los currelas celebraron el día del Trabajo en marzo, bajo la advocación del divino consorte.
Luego llegó El Corte Inglés (antes Galerías Preciados) y se inventó el día del Padre. Los mayores recordarán cómo en enero nos regalaban una hucha de lata, para que fuéramos echando allí nuestros ahorrillos; después nos llevaban en autocar a la supertienda, abrían la alcancia -en presencia de un notario, casi- y nos invitaban a convertir las pesetillas en un digno presente filial (el cenicero de barro es una aportación posterior, coetánea del marco de macarrones del día de la Madre).
Yo, que seguía sin enterarme de la película, al ver escrito en mayúsculas 'el Día del Padre', perdí muchas horas de mi ocio infantil buscando un regalo con el que quedar bien ante el Altísimo, y preguntándome para qué querría el Creador un bote de litro de Varón Dandy.
Por fin un día -prefiero ocultar el momento exacto- advertí que la jornada festejaba el día de los padres, de todos los padres. Pero entonces mi desconcierto fue aún mayor: ¿a quién se le habría ocurrido elegir patrón de los padres a San José?
A mí se me ocurren treinta o cuarenta santos varones con mejor currículum -algunos aún viven- para ostentar tal distinción. Siempre he visto en San José a un abuelete -¿qué quieres? el de mi portal de belén tenía pinta de jubilado- intentando convencerse a sí mismo de que su joven y bella esposa había quedado encinta por la gracia -nunca mejor dicho- de Dios. La historia terminó el día en que leí lo del padre putativo -con perdón-. Pater putativus: persona que se tiene por padre de otro no siéndolo.
¡Qué curiosas las siglas -PP- con que los antiguos lectores de las sagradas escrituras abreviaron el nombre! Y qué curioso que ahora los modernos lectores de los evangelios y el PP, entre otros, traten de evitar que algunos padres -evidentemente, me refiero a los de las parejas homosexuales- reconozcan como propios a los hijos biológicos de sus cónyuges.
Por su culpa se quedarán sin cenicero.

6/3/09

Un mundo con fin

Un cuñado que presume de conocer mis gustos literarios me regaló esta Navidad 'Un mundo sin fin'. Cuando observó mi rictus al deshacer el paquete, se 'mediodisculpó' pretendiendo haberme oído hablar bien de 'Los pilares de la tierra'. A pesar de esta infamia, por aquello de mantener vivas las relaciones familiares me volví a dejar conducir por Ken Follet a través del Kingsbridge medieval.
(Antes de seguir leyendo, querido amigo, te advierto de que pienso destripar el final del libro; esto es por si, pese a todo, sigues mostrando interés en perder el tiempo con ese montón de hojas de papel, pensado para tintar otros miles de montones de hojas de papel... moneda)
El hombre tiene obsesión por tropezar dos veces con la misma piedra (yo pensaba que era el único animal capaz de hacerlo, hasta que descubrí lo fácil que es tomarle el pelo a mi perro) y yo, cómo no, lo hise ('hise': homenaje a Pepe Rubianes, que por fin descansa en paz harto de convivir con tanto imbécil). Esta humilde crítica literaria pretende, únicamente, ahorraros el sufrimiento por el que yo he pasado:
Amigas, amigos. Alejaos de Ken Follet. Y, sobre todo, de Merthin, de Caris, de Philemon, de Godwin... de los quince millones de personajes -uno arriba, uno abajo- que rellenan las miles de páginas del tocho. ¿Alguien recuerda a un protagonista más desafortunado (“Ay, mísero de mí. Ay, infelice”), a un personaje a quien le ocurran más desgracias, a un ser con más paciencia y con más mala suerte, que los 'buenos' de 'Los pilares de la tierra' y sus bisnietos de 'Un mundo sin fin'? Y los malos ¿quién es capaz de darme el nombre de un individuo más depravado y con más mala leche que los que el Follet se inventa para putear al personal?
Supongo que este creador de best-seller estará dispuesto a continuar la saga (a ver quién apaga una máquina de hacer dinero), pero, por lo que a mí respecta, a ese mundo le llegó el fin: la peste terminó con los pocos siervos que Ken Follet dejó vivos, el derrumbe del puente ahogó a todos los mercaderes de Shiring y el conde malvado asesinó a todos sus bastardos y a todas las mujeres a las que ultrajó; los monjes perversos ardieron en las hogueras, y el mal gobierno de los nobles causó la pérdida de todas las catedrales, las torres, las posadas y los hospitales de Inglaterra.
Y que, a quien vea a mi cuñado con un libro para mí y no me lo advierta, se le seque la yerbabuena.